miércoles, septiembre 06, 2006

11. "Hay que volver a situar al libro en el centro de la educación"

11. "Hay que volver a situar al libro en el centro de la educación"
Roger Chartier

Dr. Joaquín Mª Aguirre Romero
Dpto. Filología Española III - CC. Información
Universidad Complutense de Madrid


En los últimos tiempos tenemos la suerte de poder contar con la presencia de Roger Chartier entre nosotros. Esta vez viene a la Universidad Complutense a participar en un Seminario internacional sobre la Ilustración, organizado por el Departamento de Historia Contemporánea. Se requirió nuestra participación y la Facultad de Ciencias de la Información pudo contar con una conferencia. Su título: ¿La muerte del lector? La cultura escrita, entre reproducción mecánica y representación electrónica".

Para algunos de nosotros, el momento tenía algo de cumplimiento. Chartier ha sido un punto de referencia —también de inspiración— en los enfoques con los que el Departamento de Filología Española III hemos tratado de desarrollar las materias que impartimos. Siendo la nuestra una Facultad que se ocupa de la Comunicación, la utilización de la obra de Roger Chartier es un paso obligado. Y así se lo hicimos saber.

Sus investigaciones y planteamientos teóricos y metodológicos permiten introducir aspectos dejados de lado tradicionalmente por la crítica. Los textos adquieren nueva vida cuando son recuperados no solo en su significación sino en su práctica social. A diferencia de la Estética de la recepción, que devuelve a los textos su historicidad comprensiva, Chartier parte de la materialidad de los objetos culturales y de su participación en los procesos sociales. No solo hay que estudiar el significado de los textos, sino los fenómenos de apropiación, concepto clave en el pensamiento de Chartier. La apropiación implica un uso y unas prácticas alrededor de los objetos culturales dentro de un determinado contexto histórico. En su dimensión material, los objetos culturales —no solamente los libros— son producidos, transmitidos y apropiados. Y este es el nuevo campo de trabajo del historiador.

Habíamos acordado realizar la entrevista al término de la conferencia, pero lo animado del coloquio posterior lo imposibilitó al alterar el horario previsto. Acordamos realizarla en la Facultad de Geografía e Historia, tras la sesión de la mañana y la comida, antes de que diera comienzo la sesión de la tarde. Los calores madrileños de esta época del año han hecho efecto sobre los participantes en la comida que buscan algún lugar fresco —misión casi imposible— antes de que dé comienzo la sesión de tarde. Nos retiramos a una amplia sala vacía junto a la que albergará las conferencias restantes. Antes de comenzar, Chartier se interesa por nuestra publicación. Le doy algunas explicaciones sobre Espéculo, su origen y las materias habituales en la revista y él recuerda haber leído la entrevista publicada con el historiador Fernando Bouza.


El trabajo del Historiador.

Pregunta: La amplia repercusión de sus escritos en disciplinas separadas, como la Historia, la Sociología, la Filología, nos demuestran que es difícil comprender la realidad desde posiciones parceladas. El esfuerzo de las comunidades académicas en parcelar sus terrenos frente a otros, ¿ha ido en detrimento de una mejor comprensión de los fenómenos sociales?

Roger Chartier: Si pensamos en el campo de investigación, de trabajo, de esta revista es claro que la diferencia entre la Literatura, como el campo de trabajo de los historiadores de la Literatura o de los críticos literarios, la Historia Cultural —que nació sobre la referencia a la tradición de una Historia socioeconómica a la manera de los Annales— y finalmente los saberes más técnicos, como los de la Paloegrafía o de la Bibliografía —en el sentido anglosajón del término— han definido objetos, técnicas, instrumentos desvinculados; mientras que parece que para entender un texto, es decir, los sentidos plurales involucrados en la circulación y apropiación de una obra literaria, por ejemplo, es claro que debemos articular estos saberes y técnicas para comprender las condiciones de la elaboración, de la redacción, de la construcción de la obra movilizando todos los recursos de la crítica textual, o de la poética, de la narratología... Y, al mismo tiempo, si pensamos que una obra se transmite siempre a través de un objeto, de una forma —la voz que lee, la representación teatral, el manuscrito, la edición impresa— inmediatamente vemos que los saberes descriptivos de estos soportes de lo escrito son elementos clave para la construcción del sentido. ¿Y a quiénes podemos remitir la construcción del sentido? A los lectores, espectadores, oyentes que participan de comunidades de interpretación que tienen sus competencias, sus hábitos, su formas, sus usos, en relación con la cultura escrita. Y se ve que las fronteras clásicas entre las disciplinas desaparecen para que sea posible dar realmente una comprensión histórica de la comprensiones del pasado, del presente de una obra. Es solo un ejemplo, pero podríamos multiplicar los ejemplos de esta separación de las disciplinas académicas para asirse de objetos que, de hecho, necesitan la convergencia y la articulación de estas disciplinas.

Pregunta: La nueva forma de enfocar la Historia ha modificado el concepto de "documento" histórico ampliándolo a otras esferas. ¿Cuáles son las nuevas herramientas del historiador?

R. Chartier: Podemos pensar en los que constituyen objetos de una aproximación a la Historia Cultural. Para mí la Historia Cultural abarca lo que hemos dicho, pero se pueden utilizar otras categorías. Hay una definición de la sociología que podría también abarcar esta vinculación entre textos, soportes y prácticas, lo que McKenzie llamaba Sociología de los Textos, no importa la categoría. Pero el proyecto intelectual importante es que a partir de este momento los objetos de los que se puede apoderar son textos canónicos o no, obras clásicas o sin méritos, pero también la producción iconográfica en todas sus formas o inclusive, si es posible reconstituirla, la circulación de la música, del canto y de todas las formas que se remiten a la palabra viva. Son objetos legítimos, fundamentales y articulados, podríamos decir, de la Historia Cultural. Y para acercarse a estos objetos están los documentos, los documentos que también pertenecen a todos estos órdenes, inclusive los objetos materiales dejados por el pasado o los espacios de existencia tal como podemos encontrarlos en una ciudad o en otros espacios como grandes casas, castillos, etc.

Y de este modo el desafío esencial sería, por un lado, evitar una lectura de las obras estéticas como documentos, es decir, como si reflejaran inmediatamente una realidad social —que fue una tentación de los historiadores el reducir la obra literaria o la obra iconográfica a su contenido de documento—, que es un gran error porque cada obra fue concebida con reglas, referencias, modelos, intentos que la gobiernan. Así, a mí me gusta decir que debemos acercarnos a la práctica de la representación para poder decir algo de la representación de las prácticas. Y hay también, por otro lado, la posibilidad, si no de reducir las obras al estatuto de documento, de movilizar los documentos tradicionales o nuevos de la historia para acercarnos a este misterio que es la apropiación, la construcción del sentido de comunidades de lectores frente a obras, cualesquiera que sean. Y eso me parece un juego entre obras y documentos —evitando la reducción de uno a otro— que puede definir este tipo de trabajo histórico.

Pregunta: El texto ya no es el fin, sino el punto de partida para la reconstrucción social de las condiciones de producción y consumo, un generador de prácticas e interpretaciones...

R. Chartier: Sí, depende un poco de lo que el historiador defina como objetivo, lo que quiere entender. Algunas veces puede ser cómo fue producido un texto, transmitido, apropiado, y aquí el texto sería el objeto mismo de la investigación. Al revés, puede ser el fin del trabajo, porque a partir de un estudio de prácticas sociales o de relaciones de dominación su análisis puede conducir a entender cómo ciertos textos fueron a la vez la expresión y el alimento de tal o cual sistema de dominación, sistema de relaciones sociales o de prácticas. De esta manera, no hay ni la visión del texto como un único documento o un único objeto de la investigación histórica ni, al revés, el abandono del mundo de los textos en provecho de otras realidades supuestamente más reales que la textualidad. Es entre estas dos posiciones donde me parece que podemos caminar para situar producción y apropiación de los textos dentro de los constreñimientos o las coacciones que gobiernan tanto su producción, es decir, su escritura y su publicación, como su apropiación, es decir, su lectura o su escucha.

Pregunta: Se pasa de una concepción más estática a otra más dinámica del objeto...

R. Chartier: Me parece que esta es la razón por la cual la obra de McKenzie, Sociología de los textos, termina con la producción, la transmisión, la recepción de los textos sin que necesariamente sean etapas separadas. Es una dinámica porque el proceso mismo de publicación y apropiación implica operaciones técnicas; y también es una operación dinámica porque, por otro lado, el sentido no está cristalizado en la obra. Se construye en ese momento de encuentro entre el texto y el lector; un texto, que tiene una forma material, y el lector, que tiene una identidad sociocultural.

Pregunta: Los libros no son portadores transparentes de los textos. ¿En qué forma nos hablan los libros desde su materialidad, como objetos?

Roger Chartier: Me parece que la mejor demostración de esto son los casos en que el mismo, entre comillas, texto se da a leer en formas diversas o se da a entender en formas diversas. Si pensamos en los siglos que me son más familiares –XVI, XVII-, en un estudio que he empezado sobre las obras teatrales en Inglaterra, España –en Castilla- y Francia se puede demostrar esto. Entre el manuscrito, la representación teatral, la publicación impresa en diversas formas –si estamos en España, en forma de pliego suelto, etc.- aquí se puede apreciar que es el mismo texto tal como podemos conocerlo, pero que cada vez que cambia su soporte cambia la definición social de su público y cambian las posibilidades de su interpretación. Si pensamos en el siglo XIX, la novela desde la forma del feuilleton, de las publicaciones por entregas, de las ediciones para los gabinetes de lectura o de las obras de un autor definen también una pluralidad de soportes que se abren a usos y públicos diversos y que permiten o impiden tal o cual construcción de sentido. Serían ejemplos que demuestran que las formas contribuyen al sentido de una obra.

Si en términos jurídicos podemos pensar en el copyright como aplicado a una obra cualquiera que sea su forma o si, en términos de la estética, podemos pensar en una obra a través de una identidad puramente textual, cuando planteamos el tema de la construcción del sentido por parte de los lectores, inclusive nosotros como lectores, inmediatamente la materialidad plural del soporte se impone como un objeto fundamental de estudio. Y me parece que dentro del campo de los estudios de Historia de la Literatura o del Literary criticism hubo una transformación importante cuando se introdujo dentro del proceso mismo de análisis de las obras las variaciones creadas sobre el estatuto, registro y sentido de esta obra por estas materialidades. De ahí, me parece, la manera de articular a la vez todos los procesos que han desmaterializado en la tradición occidental las obras —filosófico, jurídico, estético y finalmente crítico, con la crítica estructuralista, semiótica, el deconstruccionismo—. Por otro lado, toda la materialidad de la obra contribuye a la construcción del sentido por lectores concretos, de carne y hueso, que siempre encuentran una obra no a través de las categorías desmaterializadas del Derecho o de la Estética, sino conllevado por una voz o por un escrito.


La Cultura en la Sociedad de Consumo.

Pregunta: Ayer nos habló de los valores e ideales de la Ilustración, que es el marco general del seminario para el que ha venido a España. El mundo cultural ha quedado en manos de las grandes empresas multinacionales del ocio, con un resultado de estandarización de productos y públicos. ¿Qué efecto cultural tiene esto a medio y largo plazo?

Roger Chartier: Es una tensión en el desarrollo de una Sociedad de Consumo, que encuentra en el siglo XX —con los nuevos Media— una dimensión inédita y que intenta imponer productos, ideologías, modelos... Frente a esto lo que podemos decir es que, inclusive en los casos en que hay esta imposición, no obstante se mantienen a través de la apropiación posibilidades de desplazamiento, interpretación y, algunas veces, subversión. No debemos pensar, tal como ha pensado durante mucho tiempo la crítica de los Mass Media, que destruyen totalmente el espacio de la apropiación. No quiero decir que no haya desigualdades, no quiero decir que no haya una intención ideológica, pero no debemos pensar que el lector o el espectador necesariamente se conforman, se identifican con este lector buscado por los Mass Media. Los estudios, por ejemplo, sobre la apropiación de las telenovelas o sobre los diarios de gran circulación o sobre la literatura rosa, demuestran que sus públicos siempre pueden –aunque no necesariamente- interpretar de una manera inesperada el texto y, finalmente, reforzar una manera de pensar o una espontaneidad de las representaciones que va en contra de la intención de la producción textual o mediática. Es una primera aclaración. La segunda es que, pese a la dificultad, no hay necesariamente algo ineluctable en la imposición de los Media.

Me parece que si volvemos al sueño de la Ilustración es porque quizá, con la técnica electrónica, existe la posibilidad de hacer real lo que quería Kant, es decir, cada uno puede como escritor, como lector, participar en un diálogo extendido a la dimensión de un espacio público universal, en la crítica de las instituciones y en la propuesta de transformaciones. Y no es tampoco éste el futuro ineluctable del mundo electrónico, pero es un futuro posible y de ahí el rechazo de la desesperación o el rechazo de la idea según la cual los ciudadanos, los individuos no pueden intervenir, de que hay como un mecanismo implacable que impide la producción cultural. Es claro que hay poderes, que hay desigualdades y que no todos pueden intervenir con la misma fuerza o la misma potencia. Pero es claro también que cada uno, en su propia posición, puede —con mayor o menor fuerza— intervenir en este mundo. Porque lo contrario sería pensar que hay como una evidencia intrínseca de las técnicas que imponen por sí mismas ya la alienación o la liberación. Ambas posiciones me parecen dudosas, y hay siempre en el lado de la alienación un espacio, quizá muy reducido en algunos casos, para la apropiación. Y, al revés, en la liberación, la técnica no tiene porqué establecer el bienestar general, también puede agredir. Hay tensiones, conflictos, negociaciones entre todos los protagonistas de este juego, los poderes políticos y aún más los económicos y las comunidades o los individuos.

Pregunta: Mi siguiente pregunta iba en esa línea: cómo las redes de comunicación se pueden convertir en un foco de resistencia cultural contra la corriente cultural de puro consumo. Cada día se multiplican los foros, las publicaciones electrónicas, etc. ¿Es una salida para esa diversidad cultural?

Roger Chartier: Sí, pero con el riesgo inverso, que sería no la homogenización cultural —en gran parte lingüística— por la oferta que viene de las empresas multimediáticas que esperan controlar a la vez la propuesta de textos, la transmisión de la información y la fabricación de los aparatos. Sería el riesgo inverso, quizás menos peligroso, de la parcelación, otra forma de pérdida de referencias comunes, de lenguajes comunes. Y lo vemos en la tensión en el medio electrónico entre todas las tentativas que quieren imponer este modelo hegemónico cultural y lingüístico a partir de la publicación electrónica y del control de los aparatos de su recepción y, por otro lado, esta fragmentación casi infinita entre grupos de discusión, websites... y que se pueden constituir en la resistencia contra la imposición en medios restringidos, anclados, desvinculados...1

No es fácil responder, pero me parece que debemos apoyar, evidentemente, esta resistencia a través del uso libre, gratuito de la red electrónica para la comunicación entre las personas, para la construcción de este espacio público o para la difusión –como lo hacemos ahora- del saber, del conocimiento a través de la red. Debemos pensar que sosteniendo todos estos esfuerzos hay también un riesgo que es el riesgo de pérdida de lo común y aquí todas las mediaciones que se puedan inventar son absolutamente fundamentales, quiero decir, traducciones, pero no únicamente traducciones de una lengua a otra, sino traducciones de un saber a otro, traducciones de una sabiduría a otra, y constituyendo así, en este espacio más o menos protegido, los vínculos, no del hipertexto, sino de la hipercomunicación, de las relaciones entre los protagonistas que utilizan la red informática para comunicar sus opiniones, sus ideas, su saber o su sabiduría.

Pregunta: El mundo electrónico es un medio privilegiado para observar ciertas comunidades culturales y sus prácticas. ¿Es un campo futuro de estudio?

Roger Chartier: Sí, pero sobre la condición de una forma de concertación y me parece que el texto electrónico —al contrario de lo que vemos con los borradores de la escritura o con las huellas de cambios— tiene como una de sus características el hecho de no archivarse por sí mismo, necesita un esfuerzo para su conservación y si no es un texto de lo efímero, de lo móvil, del momento.De ahí presumo una dificultad para pensar lo que es un archivo electrónico, un archivo de textos electrónicos. Me parece que la reflexión está suficientemente desarrollada en el mundo de los archivos, de las bibliotecas, de los investigadores o de los usuarios en relación con esto, porque, como usted lo decía, la idea de una comunicación libre y sustraída a las exigencias de la economía mercantil y capitalista de los multimedia conduce a pensar que este mundo libre no debe estar fijado, vigilado, por cualquier institución que sea. Vigilancia y archivo fueron a menudo vinculados. De esta manera hay aquí un problema intelectual, teórico, ético, y las fuentes que usted propone al historiador de la cultura del siglo XXI o XXII no sé si realmente van a encontrarlas porque como condición previa está la reflexión sobre la conservación del texto electrónico. Durante mucho tiempo esta conservación era imposible porque los nuevos aparatos eran incapaces de leer los formatos de los textos electrónicos previos. Ahora supongo que hay técnicas que pueden evitar esta dificultad, pero lo que falta es la reflexión, es la estrategia, finalmente, de la conservación y es la constitución de archivos, incluso más, de edificios, de una serie de papeles, de dossieres, si no un archivo electrónico, pero me parece un gran desafío para el futuro.

Pregunta: Hay varias iniciativas internacionales en este sentido. Se trata de estabilizar un tipo de documento que muchas veces se acerca más al estado de lo oral, por lo efímero, que al documento escrito.

Roger Chartier: Lo vemos nosotros con nuestro propio e-mail. Supongo que a partir de un cierto momento, la selección en cuanto a los correos que se conservan es muy drástica y algunas veces hay personas que lo borran todo. Aquí, cuando algo se borra es una pérdida para el trabajo histórico. No podemos pensar que todos los correos electrónicos de cada persona, de todo el mundo puedan conservarse. Cómo conciliar la exigencia de la conservación con la necesidad de la desaparición de los megabytes ocupados. Aquí la abundancia, la instantaneidad, la multiplicación de estas formas de comunicación son ambiguas porque, por un lado, pertenecen al mundo de la cultura escrita pero, por otro lado, como usted decía, se utilizan como el teléfono, y de las llamadas telefónicas, salvo por las actuaciones policiales en ciertos regímenes, nada se ha conservado.

Pregunta: ¿Qué diferencia al lector del medio impreso del digital?

Roger Chatier: Hay dos distinciones que nos llevan a pensar que este lector del mundo digital se enfrenta a una noción de contexto muy diferente, porque aquí no se da el contexto, en el sentido primero de la palabra, como los textos que están junto o dentro del mismo texto. Aquí hay una contextualización lógica, una contextualización a partir de los bancos de datos o de los websites en que los textos están presentes. El mismo artículo en un periódico impreso o en un banco de datos de artículos de periódicos muestra inmediatamente la diferencia. Está también la cuestión de la lectura, en cuanto a la postura del cuerpo. Está mas mediatizada, porque el lector no tiene un contacto físico como lo tenía el lector del rollo –que movilizaba todo su cuerpo para leer- o el lector del libro tal como lo conocemos –que puede tener una distancia más grande, pero mantiene la relación física con el objeto-. En la lectura digital está la mediación de la pantalla.

También se dice, y me parece que de manera aguda —ya que aquí reside lo más importante—, que en el mundo de los lectores de la cultura impresa había un sistema de relaciones inmediatas entre los objetos físicos y las clases de textos, un sistema de reconocimiento que inmediatamente distinguía entre la carta manuscrita, la revista impresa, el periódico, el libro, las fichas, el archivo... Un sistema en el que cada forma material de lo escrito se correspondía, más o menos, con una clase de género textual. Y para el lector del texto electrónico, frente a la pantalla, esta diferencia desaparece porque, hasta ahora —no sabemos en el futuro— el único objeto con el que negocia este lector es su computadora, ya sea su e-book, su portátil... pero es la pantalla de una computadora. Y esta pantalla es una superficie que puede recibir y transmitir todos los géneros de textos casi en la misma forma. De ahí me parece que surge una diferencia en cuanto a la percepción de las entidades textuales, de los géneros textuales. Y se ve en el uso de los estudiantes –naturalmente, en los Estados Unidos-; es suficiente para ellos encontrar algo en el mundo de los textos digitales para considerar que este documento tiene autoridad suficiente para transformarse en una cita, en un argumento científico. Se ve que esto es el efecto de la desaparición de una jerarquización de la autoridad de los textos en relación con su género, es decir, en relación con su percepción material. Son transformaciones muy importantes de la posición del lector. Y no solo de esto. Claramente hay la posibilidad de una lectura que no es tan necesariamente lineal y encerrada dentro del objeto que conlleva el texto, como sucede con los libros, en los que si se quiere salir de este objeto se debe tomar otro texto en otro libro. Aquí, como sabemos todos, la posibilidad del hipertexto es la de vincular textos unos con otros, de convocar documentos, fuentes, referencias, imágenes, palabras o sonidos, permitir un tipo de lectura diferente, lo que para los textos de saber, de conocimiento puede conducir, por un lado, a construir de una forma diferente las demostraciones –lógicas, históricas, sociológicas-, y del lado de la lectura puede conducir a un control más agudo, más exigente del lector que encuentra, finalmente, en una gran medida los documentos, los textos, las fuentes, los instrumentos utilizados o analizados por el autor del libro.

Estos me parecen los rasgos más fundamentales, aunque ciertos especialistas del mundo digital, como aquí el profesor Rodríguez de las Heras, de la Universidad Carlos III, piensa que todo esto es una visión anticuada del texto electrónico, que son los elementos más superficiales, y que hay dentro de la textualidad electrónica otras posibilidades que no aparecen tan claramente, pero que pueden transformar totalmente nuestra visión del texto electrónico. No entro en esta discusión, pero me parece que como un inventario clásico, breve, de las diferencias podemos apañarnos con estos criterios: contexto, materialidad de la obra, postura de lectura e hipertexto.


Los nuevos historiadores españoles.

Pregunta: En los últimos años ha habido una labor suya de apoyo a jóvenes historiadores españoles, que tienen en usted un referente intelectual, a través de la escritura de los prólogos de sus obras.

Roger Chartier: Mi idea sería publicar un libro con prólogo de los prólogos, pero Borges ya lo hizo y no puedo hacerlo. No soy hispanista; no trabajo –solo recientemente, marginalmente- sobre textos españoles... Un poco Gracián, la comedia y, por supuesto, Cervantes, como cada uno, pero no, no soy hispanista ni historiador de la literatura española. Pero, al mismo tiempo, siempre me ha llamado la atención la importancia y, se podría decir, la novedad de las investigaciones desarrolladas aquí y que fuera del medio de los que se dedican a la literatura y la historia de España -en Francia, en los Estados Unidos, en Inglaterra, en Alemania- no son conocidas por la diferencia de lenguas, por la imposibilidad de leer fácilmente el español, por la dificultad de circulación de los libros, por el hecho de que a menudo son jóvenes investigadores no conocidos ni reconocidos, y siempre me ha parecido una terrible lástima que, en un cierto sentido, repite el conocimiento débil de la literatura española, inclusive la del Siglo de Oro, dentro del marco de la literatura europea. Si alguien cita a Shakespeare, todos puede reaccionar; si se cita a Calderón, no se puede negar, hay una distancia más grande para muchos públicos fuera de España. Y siempre me ha parecido que, por un lado, la literatura española del Siglo de Oro era la literatura en la que se había construido una reflexión, quizá la más aguda de su tiempo en la literatura europea, sobre nuestros temas: escribir, publicar, leer, escuchar. Esta literatura tiene como objeto, finalmente, la cuestión de Sartre: ¿qué es la literatura? Pero qué es la literatura no únicamente en términos estéticos o de artes poéticas, sino en términos concretos de cómo circula una obra, cuáles son los públicos destinatarios, cómo se debe escribir para lograr el gusto del vulgo. De ahí un primer interés fundamental que siempre había mantenido con el mundo hispánico a través de esta literatura, que me parece que hace de la producción, de la transmisión y de la apropiación de los textos su objeto fundamental, inclusive cuando la intriga es completamente diferente. ¡Y hay muchos prólogos en las obras del Siglo de Oro y algunas veces dos, para el vulgo y para el discreto!

Aparte de esto, siempre me interesó, especialmente en los últimos años, el trabajo de los historiadores españoles o de los historiadores de la literatura española porque en este trabajo reconocía más que en otros -particularmente los franceses- el proyecto que hemos empezado, es decir, sea del lado de la historia acercarse a los textos, sea del lado de la crítica literaria acercarse a las condiciones de su producción –la Corte, el mecenazgo, el mercado- o a las formas de transmisión y recepción. Y de ahí mi interés por la escritura de prólogos para estos libros que parecen situarse exactamente en esta perspectiva histórica. Así sucede con el libro de Manuel Peña, que se ocupa de una forma clásica de la circulación de las obras –La Celestina, Lazarillo, Pedro Mexía, Guevara...- o al revés, que a partir de una reflexión sobre la producción estética se acercan a las representaciones colectivas, como el libro de Fernando Bouza2. Creo que son dos buenos ejemplos entre otros muchos.


La situación de la edición universitaria.

Estamos llegando al final. Pregunto a Roger Chartier cuál es la situación de la edición universitaria en Francia. —¡Mala!—me responde sin dudar, y el gesto acompaña a su rotunda afirmación. Lo sabe de primera mano. Le ha sido encargada por una comisión del Ministerio de Educación una investigación sobre la situación del libro en las áreas de Humanidades y Ciencias Sociales.

La edición universitaria ha quedado mayoritariamente en manos privadas y el primer efecto, nos dice, ha sido la reducción de títulos y tiradas. También se han abandonado las traducciones de libros en otros idiomas y la preferencia de los editores se decanta hacia los manuales y los diccionarios. Le comento que es el mismo proceso que se está dando en España en el sector.

—Sí, con algunas excepciones —me dice—, es el proceso general.

Esto ha llevado a que se planteen la utilización de la edición electrónica como alternativa a esta situación restrictiva de la publicación científica.

—No es la única solución; también estamos barajando las posibilidades de la edición bajo demanda y la tirada de las primeras ediciones directamente en libro de bolsillo.

Cuando han analizado las causas de esta situación regresiva han comprobado la existencia de dos elementos principales. El primero es el retroceso de los niveles de lectura en los grupos de "grandes lectores", los comprendidos entre los 15-19 años y los de 20-25. El otro factor explicativo, añade, es la producción excesiva de malos libros, que ha creado una distancia con los buenos textos. Según parece, los malos libros desmotivan o dificultan la lectura de los buenos libros. Acostumbrados a lo fácil, los lectores encuentran más dificultad al enfrentarse a textos con un mayor grado de complejidad. Todo esto, dice Chartier, es el resultado de las estrategias editoriales erróneas.

Le pregunto sobre las salidas a esta situación. En el estudio han hecho una serie de recomendaciones que Roger Chartier me resume. "—Lo principal es restablecer el libro como instrumento fundamental de la práctica universitaria. Hay que volver a situar al libro en el centro de la educación: leerlo, comentarlo en las aulas, analizarlo..." También es necesaria una reflexión colectiva sobre la edición electrónica: ¿Cómo se organiza ese mundo disperso? ¿Cuáles son los parámetros para medir su autoridad? ¿Qué filtros garantizan la calidad de las ediciones?... Todos estos aspectos han de ser tenidos en cuenta para que se introduzca con efectividad en el ámbito universitario. Por último, a los poderes públicos hay que pedirles actuaciones sobre los precios de los libros, la fiscalidad, el precio único, la creación de redes de librerías cercanas a las Universidades, etc.

Nuestro tiempo se ha terminado y Roger Chartier debe partir a la sesión de la tarde del seminario. Hemos sobrepasado el tiempo que habíamos calculado. Creo que ninguno de los dos lo hemos lamentado. "Ayer hablé; esta mañana también. Esta tarde me toca escuchar", me dice sonriendo.

Notas:

1.

Chartier alude en este momento a parte del diálogo mantenido el día anterior, tras su conferencia en la Facultad de Ciencias de la Información, sobre los intentos empresariales de llevar la publicación electrónica hacia dispositivos lectores aislados, como el e-book, por ejemplo, para evitar la apertura característica de la Red, hecho que se planteó en el coloquio.
2.

En Espéculo hemos dedicado espacio a estos dos historiadores a los que hace referencia Chartier. Pueden verse: 1) Manuel Peña Díaz, Cataluña en el Renacimiento: libros y lenguas Espéculo nº 6; 2) Manuel Peña Díaz: El laberinto de los libros. Historia cultural de la Barcelona del Quinientos Espéculo nº 7; 3) La entrevista con Fernando Bouza, Espéculo nº 12, con motivo de la aparición de su obra Imagen y propaganda. Capítulos de la historia cultural del reinado de Felipe II (1998) y su edición de las Cartas de Felipe II a sus hijas (1998). En este mismo número de la revista se incluye la noticia de la aparición de otra de sus obras: Comunicación, conocimiento y memoria en la España de los siglos XVI y XVII (1999)



© Joaquín Mª Aguirre 2000
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

TOMADO DE "WWW.UCM.COM"
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10. Entrevista a Roger Chartier: "Historia: Producción y Circulación de la Lectura"

10. Entrevista a Roger Chartier

NOEMÍ GOLDMAN y OSCAR TERÁN
Instituto Ravignani, FFYL (UBA)

Roger Chartier es un prestigioso historiador francés, director de estudios en l'École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, director del centro Alexandre Koyré y autor de numerosos libros, entre ellos (en versión española): El mundo como representación, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna y El orden de los libros. Visitó Buenos Aires en septiembre de l 994, invitado por el Instituto Ravignani y el departamento de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, en el marco del convenio de cooperación científica entre la Universidad de Buenos Aires y l'École.

- Para empezar nos interesa conocer brevemente su trayectoria intelectual: ¿qué pasos, qué influencias, qué ideologías, qué adscripciones político-intelectuales han contribuidoa su formación?

Nací en Lyon en 1945. Mi formación intelectual fue en el ámbito de la llamada escuela de los Annales, de los años sesenta. El primer trabajo que realicé estaba dedicado a la Academia de Lyon en el siglo XVIII: a la masonería, a las sociedades literarias y a las bibliotecas. Fue publicado en 1969 bajo la dirección de Daniel Roche. Un segundo historiador importante para mi formación fue Denis Richet, conocido por un pequeño pero maravilloso libro sobre las instituciones del Antiguo Régimen. Constituyó este el momento en que surgieron nuevas formas de entender la historia cultural, las que, apoyadas en cifras y en series, intentaban comprender las discrepancias socioculturales a partir de indicadores medibles estadísticamente (por ejemplo, las tasas de alfabetización)

Entre 1969 y 1976 fui asistente, el primer grado del mundo académico, en la Sorbona. Fue un período muy agradable, que recuerdo con felicidad. En 1984 obtuve la designación de director de estudios en el centro de investigaciones históricas de I’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Una de las cosas más importantes de estos años fue la posibilidad de encuentro y discusión con colegas extranjeros, que promovió la crítica de la historia cultural tal como se la practicaba en ese momento (puedo citar, como ejemplo, la relación de amistad y de intercambio que, desde 1974 y hasta hoy, me une con el historiador Robert Darnton).

A partir de estos encuentros se fue produciendo una evolución, compartida con historiadores de diversas generaciones, desde una historia que buscaba una lectura más científica del pasado, mediante series estadísticas basadas en la cuantificación de los fenómenos culturales, a una historia que ha reintroducido otro tipo de cuestiones; por ejemplo, las relacionadas con la circulación del escrito impreso y las prácticas de lectura. Esta nueva perspectiva necesita de otro tipo de fuentes, no cuantitativas, que vuelven a colocar la singularidad de los individuos o de las comunidades en los modelos globales.

Mi campo de investigación fue, al principio, la historia de las formas de sociabilidad y de la educación, pero focalicé luego mi atención en la relación entre los textos y los lectores, en una forma de historia del libro. Paralelamente a este trabajo con objetos, con campos precisos de investigación, he sostenido un diálogo con otras disciplinas, como la filosofía y la historia literaria. Y con autores importantes para los historiadores, aunque no sean historiadores en la definición clásica, académica, de la palabra, como Michel Foucault o Michel de Certeau.

- En los últimos años se ha hablado de tiempos de incertidumbre y de momento crítico para la historia. ¿Cuáles son los desafíos que se le presentan hoy al historiador?

Creo que el principal se vincula con que se ha puesto en evidencia que su discurso, de cualquier forma que se presente, pertenece a la clase de los relatos. Los relatos de historia y los de ficción emplean las mismas matrices, las mismas fórmulas y las mismas figuras. Aun cuando el histórico se sirva de series estadísticas, sigue dependiendo de categorías que comparte con el de ficción: por ejemplo, en la manera de hacer actuar a los personajes - ya sean individuos de carne y hueso o entidades abstractas -, en la manera de construir la temporalidad histórica o en la concepción de las relaciones de causalidad.

Esta conciencia aguda de la dimensión narrativa de toda escritura histórica, cualquiera que sea, pone ante un serio desafío a todos los que rechazan la posición relativista, que sólo ve en la historia un libre juego de figuras retóricas, una modalidad, entre otras, de la fabricación de ficciones. El desafío es de una gravedad particular en un tiempo - el nuestro - en el que las fuertes aspiraciones y tendencias a realizar historias comunitarias, de identidades, corren el riesgo de anular toda distinción entre un saber controlado, universalmente aceptado, y las reconstrucciones míticas de pasados imaginarios.

Recordando que la historia está guiada por una intención y un principio de verdad, y que el pasado, que constituye su objeto, puede ser objetivamente conocido gracias a la correcta aplicación de técnicas y de criterios del método critico, ¿es posible enfrentar lo anterior? No lo creo, desde el momento en que el saber histórico ya no puede ser concebido como una simple adecuación entre un objeto (el pasado) y un discurso (el del historiador). Es necesario realizar hoy una refundación más radical del status del conocimiento de la historia, efectuada de tal manera que, sin abandonar en absoluto las exigencias y las disciplinas del ejercicio crítico, plantee claramente las condiciones en las cuales un discurso histórico - que constituye siempre un conocimiento a partir de huellas e indicios - puede tener como válida, explicativa y coherente la reconstrucción del pasado que propone.

Allí hay, a mi entender una tarea difícil pero urgente, si queremos resistir al doble peligro - mortal para la disciplina - de, por una parte, la disolución del saber histórico en una forma de ficción y por la otra, su confusión con el mito y la memoria al servicio de necesidades y aspiraciones de comunidades nacionales, étnicas, religiosas u otras.

- En sus investigaciones sobre las prácticas de producción, circulación y lectura de libros en las sociedades del Antiguo Régimen, ¿cómo estableció el vínculo entre la historia del libro y la historia de la lectura?

La historia del libro constituye, hoy, uno de los dominios mayores de la historia cultural, que supo definir sus propios objetos: las coyunturas de la producción impresa, la sociedad de los gens du Iivre, las estrategias editoriales, la desigual posesión del libro en una sociedad determinada, etc. Supo, asimismo, inventar sus fuentes y utilizar en su provecho los archivos administrativos, notariales o judiciales, y apoyar sus métodos de investigación sobre los modos clásicos de la historia social y económica. Las resultados fueron considerables. De ello da testimonio no sólo la multiplicación de estudios monográficos sino, también, la realización de grandes empresas colectivas, como L'Histoire de l'édition francaise o, actualmente, las historias del libro, de la edición y de las librerías, que se realizan en Inglaterra, los Estados Unidos, los Países Bajos y Alemania (se esperan proyectos similares en Italia, España, México y la Argentina).

Sin embargo, en Francia la historia del libro seguía dependiendo de la más antigua historia literaria, que trata el texto como una abstracción, coma algo existente fuera de las objetos escritos, como el mismo libro. La lectura, a su vez, fue considerada como un proceso universal, sin variaciones históricas pertinentes. Pero los textos no se han depositado en los libros como en simples receptáculos.

Todas esas investigaciones y empresas no lograban responder a una cuestión esencial: ¿qué hacían los lectores con los libros que compraban, leían y manipulaban? Cada lector cada comunidad de lectura tiene sus propios modos de leer sus usos del libro, sus maneras de interpretar y de apropiarse de los textos. ¿Cómo reconstruirlos? A partir de este interrogante, la historia del libro se fue convirtiendo, también, en la historia de la o, más bien, de las lecturas. La historia del libro, mudada en historia de la lectura, se esforzó por restituir las formas contrastadas con que lectores diferentes aprehendían, manejaban y se apropiaban de los textos contenidos en el libro.

Hoy es posible agrupar en una trama común, al conjunto de los estudios particulares que vinculan la historia del libro con la lectura, como la localización en una sociedad dada de la oposición entre lectura oral - por necesidad o por convención – y lectura en silencio: o la caracterización de una revolución de la lectura en el siglo XVIII, o la identificación , en el siglo XIX, de nuevos públicos de lectores: las mujeres, los niños, los obreros. Concebida de esta manera, la historia de la lectura puede volver a considerar grandes problemas clásicos. Por ejemplo, la aparición de un nuevo espacio público en el siglo XVIII. Siguiendo a Kant, puede definirse como un espacio de debate y de crítica en el que las personas privadas hacen uso público de su razón, con total libertad y cualquiera sea su condición. Esta esfera pública política, aparecida primero en Inglaterra y luego en Francia y el resto del continente, se desarrolló en el marco de nuevas formas de sociabilidad (salones, clubes, logias, sociedades literarias) pero sólo fue hecha posible por la circulación del escrito impreso.

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9. Ricardo Piglia: “La literatura siempre se está preguntando por su esencia”

9. “La literatura siempre se está preguntando por su esencia”RICARDO PIGLIA HABLA SOBRE EL LECTOR Y LA LECTURA DEL ESCRITORDialogos del Lunes/06-Mar-2006|Hoy

Ricardo Piglia traza el itinerario que llevó al lector de ser un mero apéndice externo a la literatura a un lugar de notable consideración. De él se ocupa en su libro El último lector, y sobre él debate en esta entrevista, en la que también desmenuza la lectura de los propios escritores y de la crítica literaria.

Por Carlos Alfieri *

En la apreciación crítica del último medio siglo, el lector ha pasado a ser, de un mero apéndice externo a la literatura, el coprotagonista de ella. El último lector se ocupa intensamente de él. ¿Podría trazar el itinerario que ha llevado a tan alto puesto la consideración del lector?

–Es difícil contestar, porque existen varias respuestas posibles. Una de compromiso sería: “Bueno, en realidad el lector siempre ha estado presente”. En efecto, el interés y la intriga por el lector nunca dejaron de estar presentes, más allá de que con frecuencia han protagonizado el debate literario otro tipo de cuestiones, como las experimentaciones lingüísticas, la energía de la trama, la ruptura temporal. Me parece que la idea de interrogarse sobre el lector está ligada al fin de la noción de que la literatura tendría una esencia que permitiría identificarla en el objeto mismo. Se trata de esa gran tradición anclada en los formalistas rusos y otros, que designaban como literaturidad a aquello que hace de un texto un texto literario. ¿Qué es lo que hace que un texto sea un texto literario? Esta pregunta en un momento dado intrigó poderosamente a los críticos, preocupados por determinar la cualidad específica por la cual la literatura podía ser identificada. Ocurre que la literatura tiene una particularidad que no poseen otras artes y es que, como utiliza el lenguaje natural, siempre se está preguntando por su esencia (raramente un pintor se pregunta qué es la pintura o un músico qué es la música, porque se sabe que son artes que están articuladas sobre un lenguaje diferente). Pues bien, esto generó una serie de respuestas que fueron derivando después, creo que por obra de los propios escritores, en el planteamiento de que la definición de literatura tiene mucho que ver con la forma en que quien lee construye el texto.

Este es un modo de contestar a su pregunta de manera general: todos los debates sobre el lector vendrían a superponerse a la interrogación sobre qué es la literatura. Por otro lado, los escritores siempre hemos padecido una pregunta envenenada, aquélla de “¿para quién escribe usted?”. Ante ella nos hemos sentido siempre incómodos, porque pareciera que tiende a hacernos pensar en una estrategia oportunista, del tipo “yo escribo para mujeres divorciadas de entre cuarenta y cincuenta años”, o “yo escribo para los jóvenes”, etcétera. Y también las respuestas de transacción, que siempre resultan antipáticas, como “yo escribo para mí mismo”.

En un momento dado, empecé a tomar notas acerca de cómo aparecían los lectores en las obras literarias, para ver si podía encontrar no digo una respuesta, pero sí las maneras en que el acto de leer estaba narrado. Era como hacer un experimento antropológico-arqueológico sobre una civilización perdida de la que sólo quedaban rastros en las novelas. De alguna forma, es un modo de responder a esa pregunta imposible de contestar –“¿Para quién escribe usted?”–. Si uno pudiera contestarla, sabría qué cosa es la literatura.

Dicho esto, debo reconocer que hoy está estabilizada una gran tradición crítica que podríamos identificar con Roger Chartier, ese notable historiador de los hábitos de lectura formado en la escuela francesa de los Anales, que ha realizado aportes extraordinarios al respecto. Esto, por un lado. Por otro, ha habido muchas teorías sobre el lector, como la teoría de la recepción. Y además, me parece que los escritores han reflexionado acerca de esta cuestión de un modo un poco lateral, pero siempre interesante. Por ejemplo, allí está la novela de Nabokov Pálido fuego, sobre ese tipo que lee de manera delirante un poema. En fin, creo que los escritores siempre hemos visto en el lector una figura menos neutra y menos trivial, más amenazadora, más loca que esa figura un poco plana que aparece cuando se habla estadísticamente de los lectores. ¿Dónde están los lectores? Bueno, los lectores son unos locos que están por ahí leyendo libros. Es la locura que ya está en Don Quijote, ¿no?

Roberto Calasso afirma que los más grandes críticos literarios del siglo XX son generalmente escritores, como Gottfried Benn, Proust, Borges, Valéry, Auden o Mandelstam, y que no conoce ningún libro esencial que haya sido generado en el seno de alguna disciplina crítica. ¿Comparte este punto de vista?

–Sí, totalmente. En cierto modo, la conferencia que pronuncié en Barcelona, en el mismo ciclo en que intervino Calasso, que se llamaba El Escritor como Crítico, trabajaba sobre esas mismas hipótesis. Para la crítica, para lo que entendemos por crítica, en fin, las grandes tradiciones, como el formalismo ruso, Lúkacs, etcétera, la literatura es una suerte de saber sometido, diría yo. El crítico trabaja sobre la literatura a partir de un saber que aplica con la mayor o menor elegancia y fluidez con que esto pueda ser hecho. Estos saberes son, básicamente, la lingüística, el marxismo, el psicoanálisis; después surgen dentro de ellos diversas tendencias. Por lo tanto, la literatura es un campo de experimentación para ciertas hipótesis que son previas. En cambio, me parece que la crítica ejercida por los escritores tiende a ser al revés, es decir, toma la literatura como un laboratorio para, a partir de ella, entender lo real, para extraer hipótesis sobre el funcionamiento de la literatura, sí, pero también acerca de cómo funcionan el lenguaje, las pasiones, la misma sociedad. Se trata de un procedimiento inverso.

Podríamos decir que para los escritores la literatura es el punto de partida, mientras para los críticos es el lugar de llegada.

–Exactamente. Entonces, creo que esa tensión debe señalarse. Yo traté de plantear algunos de los rasgos con los que uno podría identificar el tipo de crítica que los escritores practican, tanto esos autores que mencionaba Calasso como otros que a mí me gustan especialmente –Ezra Pound, Joseph Brodsky–. De manera que yo veía ahí algunos rasgos que podrían ayudarnos en estas hipótesis delirantes de clasificación. Uno de ellos es el tipo de escritura crítica, que tiende a ser muchas veces marginal, es decir que se trata de prólogos, de diarios, de conferencias, de cartas; son intervenciones muy puntuales y a la vez tienen efectos de iluminación notables. En este terreno, hay algunos textos verdaderamente extraordinarios, como el de Mandelstam sobre Dante, y siempre con un resto que a mí me parece muy interesante y que es una especie de posición pedagógica. Así es, existe un tipo de intervención de los escritores que trata siempre de modificar un cierto estereotipo: por ejemplo, El ABC de la lectura, de Pound. En definitiva, consiste en redactar un manual, en erigir el manual como modelo. Pienso que los escritores están más interesados en hacer un manual –pero hablo de esos manuales extraordinarios (Borges se la pasaba haciendo manuales)– inspirado en la idea de llevar la pasión por la literatura lo más lejos que se pueda, incluso más allá de su propio ámbito. Y esto a diferencia de los críticos, que me parece que trabajan en función de discusiones muy cerradas, que responden a ambientes muy restringidos.

En general, la crítica que hacen los escritores es muy clara. No suele haber en ella una jerga técnica, es muy coloquial; son textos escritos con mucha fluidez, y esto también es una virtud. Por ejemplo, el Diario de Kafka es una excepcional reflexión continua sobre la literatura.

Después, habría determinados rasgos que podríamos considerar al examinar esta cuestión de los escritores como críticos. Uno es la idea de estar más interesados por la construcción de las obras literarias que por la interpretación, es decir, el estar más preocupados por cómo está hecho un libro antes que por lo que significa. Sería como si alguien mirara esta mesa y se preguntara cómo está hecha, y buscara el lugar donde están las junturas, para ver si es posible hacer otra igual o distinta.

Aspectos específicos del oficio, podríamos decir.

–En cierto modo. Hay una fértil tradición en esta clase de crítica: Henry James, pongamos por caso. Se pueden considerar los prólogos de James como paradigmas de una manera de pensar cuestiones inherentes a la narración, como el punto de vista, qué sabe el que narra, cómo se construye un relato, todos esos temas sobre los que James ha reflexionado con notable lucidez.

Otro elemento importante, me parece, en la lectura que hacen los escritores es algo que una vez me dijo Manuel Puig y que me pareció muy revelador: “No puedo leer novelas de otros porque cuando las leo las corrijo”. Esto es, la idea de que un libro nunca está terminado y de que uno siempre puede encontrar en él algo susceptible de ser modificado. Es ese concepto del work in progress, entendiendo toda la literatura como un work in progress: no existen obras estabilizadas, en todos los textos puede abordarse siempre un punto de modificación. Estimo que es un criterio muy interesante, porque le otorga fluidez a la literatura y le quita ese aire de jerarquización frecuentemente excesivo. Yo ponía el ejemplo de Gombrowicz, que fue uno de los mayores lectores que uno pueda imaginar y que hizo algo increíble con La Divina Comedia: la reescribió. Ungaretti, indignado, le envió un telegrama y casi lo hace poner preso. A Gombrowicz le encantó la reacción de Ungaretti; claro, el escritor polaco lo hacía como una provocación, pero en el fondo lo que enseñaba era a no tomarse demasiado en serio ni hacer un acto de contrición frente a un texto, ni siquiera ante el más perfecto que se haya escrito en el mundo, como puede ser la Comedia, sobre el que todos han escrito (Mandelstam, Borges, Eliot).

Hay otra característica que me parece pertinente para identificar este tipo de lectura que llevan a cabo los escritores: es lo que llamo la lectura estratégica. Un escritor, cuando hace crítica, no está por encima de la literatura, como el crítico, que mira desde arriba, sino que está metido dentro mismo de ella, de los enfrentamientos, de las tensiones, de las genealogías, de las diferencias. Entonces, ahí tomo la metáfora de otro gran escritor-crítico, que es Forster, quien en su libro Aspectos de la novela imagina a todos los novelistas ingleses escribiendo al mismo tiempo en una biblioteca, como diciendo “no hay tiempo, no hay historia, los escritores están todos al mismo tiempo usando lo que pueden, es como una mesa común”. Y un poco es eso, y en esa mesa unos roban el bolígrafo a otros, algunos se espían, los hay que se sientan en una punta porque no quieren estar al lado de otro. Con esto intento expresar la idea de que la lectura de los escritores está siempre situada, es una toma de posición, y que eso es una virtud. En cambio, el crítico procura siempre hablar desde un lugar ajeno a esa lucha.

Por fin, encuentro un rasgo que estaría ligado a este último libro mío y es la noción de que existe una lectura ficcional. Es decir, que uno podría hacer una historia secreta de la literatura según el modo en que las cuestiones literarias aparecen en algunas novelas o relatos. Hay una serie de textos –por ejemplo, Las nieves del Kilimanjaro, de Hemingway, El Aleph, de Borges, y empezando por el Quijote, naturalmente– en los que las cuestiones de escritores, críticos, lectores, aparecen narradas, ficcionalizadas, así como aparecen otras figuras: el mecenas, aquel que le proporciona dinero al escritor para que pueda ejercer la literatura; el escritor que no puede escribir, etcétera. ¿Cómo decirlo? Hay una especie de representación imaginaria de la literatura que encarna un género de imaginación que hace a cuestiones de crítica. Como hace Borges en El Aleph: en ese cuento él está diciendo también que el universo puede hallarse en un irrelevante barrio de Buenos Aires y que uno puede descubrirlo mientras pasea por sus calles. Lo que Borges formula explícitamente en alguno de sus ensayos –“Nosotros también tenemos acceso a lo universal desde el margen”–, en El Aleph lo está narrando: “Nosotros también podemos mirar el universo, no tenemos que estar atados a narrar el color local”, vendría a decir. Este registro me parece muy atractivo, porque ofrece la posibilidad de trazar diversas historias ficcionales de la literatura, por ejemplo una historia de los escritores imaginarios que aparecen en las novelas a lo largo de los años.

Se ha comentado con frecuencia que sus textos de ficción logran el milagro de aunar la experimentación lingüística con la capacidad de captar la atención del lector como lo haría, digamos, una buena novela policial. ¿Cuál es su procedimiento? ¿Ha tenido como modelo, de alguna manera, a Manuel Puig?

–Admiro mucho la obra de Puig. Leí La traición de Rita Hayworth casi en el manuscrito y tal vez uno de los mayores méritos de que puedo enorgullecerme es haber escrito mi primer ensayo de crítica, en 1968, sobre esa novela. Inmediatamente me di cuenta de que ahí teníamos un escritor extraordinario. Y creo que él sí es un ejemplo muy claro de voluntad experimental, porque todas sus novelas son distintas y de enorme pulsión narrativa.

En mi caso y, en rigor, yo no puedo decirlo porque no soy capaz de describirme, siempre ha sido muy importante –y quizás aquí me distanciaría de la experiencia de Puig, porque es diversa– la narración como investigación. Suelo decir en broma, un poco en el tono Renzi, que sólo existen dos grandes historias básicas: o contamos un viaje o contamos una investigación. Así, el escritor es Ulises o es Edipo. O uno se va y luego cuenta lo que vio en su viaje, o hay un misterio, un enigma que trata de descifrar. Por ejemplo, nos hallamos en esta habitación de hotel y de pronto sale una voz rara de la grabadora que está registrando nuestra conversación. Nos preguntamos: ¿pero de quién será esa voz? ¿De dónde sale realmente? ¿Es un amigo suyo? No, no, es una amenaza. Y empezamos a dar vueltas en torno de este asunto sin movernos de aquí. Esta forma de narrar, de trabajar sobre la existencia de un enigma o de un secreto, a mí me sale naturalmente. Diría que todos los libros que he escrito tienen como eje común el hecho de que en algún lugar se narra una especie de investigación que se está realizando. Ese es tal vez el elemento que me articula con el género policial, desde luego: eso es lo que aprendemos en el género policial, la trama construida como algo que hay que reconstruir a partir de unos datos, de unos indicios o rastros a partir de los cuales es preciso contar la historia para saber qué pasó. Cada vez que me pongo a escribir una historia, lo que me sale es un enigma, un interrogante, algo que hay que investigar. No me valgo de un detective para hacerlo, claro, pero siempre hay alguien que está investigando, o incluso mucha gente. Esta forma constituye el nudo de la estructura de una novela policial: hay que reconstruir una historia de la que sólo se dispone de vestigios. Y esto crea una tensión interesante.

Si el Facundo es un texto fundacional de la literatura argentina, ¿qué representan los de Macedonio Fernández?

–Son la fundación secreta de la literatura argentina. Macedonio es la fundación invisible. Suelo decir en broma que del mismo modo en que Sarmiento llegó a presidente de la República, Macedonio fue candidato a presidente. O sea que la relación entre ambos también podría establecerse por ahí. Macedonio tenía una teoría genial: afirmaba que era más fácil ser presidente de la República que farmacéutico, porque mucha gente quería abrir farmacias y muy poca quería ser presidente. Entonces empezó una campaña con amigos suyos, entre ellos Borges, que consistía por ejemplo en escribir “Macedonio Presidente” entre las páginas de una edición de las obras de Schopenhauer que había en una biblioteca de Almagro. El comentaba que, en cuanto alguien abriera el libro y leyera esa proclama, se iluminaría. Era una gran broma anticipatoria sobre los procedimientos de construcción de las figuras “mediáticas”.

Lo cierto es que creo que Macedonio es también un escritor de una dimensión difícil de evaluar todavía, porque su escritura es muy hermética y eso ha dificultado su acceso. Renzi diría que Borges no ha hecho otra cosa que domesticar a Macedonio y que el éxito mundial de Borges deriva de haber tomado sus cosas y haberlas puesto en el lugar adecuado para que circularan. Macedonio Fernández es un acontecimiento de la lengua, es un escritor del que aún tenemos mucho que aprender. Todavía se están por terminar de clasificar sus archivos, sus cuadernos, hay muchísima obra inédita suya. Mucha de la obra inédita se ha conseguido por el formidable trabajo de Adolfo de Obieta, pero aún falta una edición completa de sus cuadernos, que son excepcionales. Mezclaba en ellos de todo: en medio de la escritura de una novela anotaba una receta de cocina –era vegetariano– o un comentario de una lectura de Schopenhauer. Parecen los Diarios de Kafka, ¿no? Y al mismo tiempo todo eso se va combinando. También en ese aspecto es muy contemporáneo no sólo de los Diarios de Kafka sino de los de Musil.

Las cuestiones que suscitan las obras de Macedonio Fernández son múltiples. El primer obstáculo que presentan es su hermetismo lingüístico. Era un hombre muy ligado al Siglo de Oro español y, además, un finísimo lector de Cervantes –yo diría incluso que es el gran lector de Cervantes en nuestra lengua–; extrajo del Quijote conclusiones notables. Por lo demás, poseía una poética anarquista. En verdad, es un personaje entrañable para todos nosotros, un verdadero ejemplo de ética de escritor que deberían tener en cuenta otros escritores: se pasó la vida escribiendo una novela que nunca publicó.

* De La Jornada, de México. Especial para Página/12.

TOMADO DE "PAGINA12"


Dialogos del Lunes/06-Mar-2006|Hoy
POR QUE RICARDO PIGLIA
Hacer literatura y estudiarla

Por C. A.

A partir de 1980, cuando se publica su novela Respiración artificial, Ricardo Piglia –nacido en Adrogué, provincia de Buenos Aires, en 1941– comienza a consolidarse y proyectarse como una de las grandes figuras de la literatura argentina. Antes había publicado dos libros de cuentos, La invasión (1967) y Nombre falso (1975), e innumerables artículos de crítica en revistas literarias. Después llegarían otras obras de ficción y de ensayo –hilos que en sus textos se entretejen en una compacta urdimbre– que no harían más que expandir su prestigio: Crítica y ficción (1986); Prisión perpetua (1988), una selección de relatos que reunía varios ya publicados y otros inéditos; La ciudad ausente (1992), novela sobre la que también escribió el libreto para una ópera del mismo título cuya música compuso Gerardo Gandini, estrenada en el Teatro Colón, de Buenos Aires, en 1995; La Argentina en pedazos (1993); Plata quemada (1997); Formas breves (1999); Diccionario de la Novela de Macedonio Fernández (2000); El último lector (2005). Paralela a su labor de escritor, desarrolló las de editor y profesor en las universidades de Buenos Aires, Harvard y Princeton, y más tarde la de guionista cinematográfico. Piglia es un brillante estudioso de la literatura y ha escrito algunos ensayos canónicos sobre escritores argentinos, como los que dedicó a Borges, Roberto Arlt, Sarmiento o Macedonio Fernández. Suele parapetarse, para formular sus opiniones más estridentes, tras el nombre nada enigmático de Emilio Renzi, perteneciente a un personaje que aparece en muchas de sus obras y que alguna vez utilizó él mismo como seudónimo, y que no es más que parte de su nombre completo: Ricardo Emilio Piglia Renzi.

Los viajes de Piglia entre Buenos Aires, Estados Unidos, los países latinoamericanos y Europa, para dictar cursos o conferencias, son constantes. Hace un tiempo fue uno de los participantes, junto a intelectuales como Roberto Calasso, Gayatri Chakravorty Spivak, Andrzej Warminski o Darío Villanueva, entre otros, en el ciclo En torno de los grandes maestros de la crítica literaria del siglo XX: repensando la Weltliteratur, que organizó la Fundación La Caixa en Barcelona. Precisamente en la capital catalana tuvo lugar esta conversación.

TOMADO DE "PÀGINA12"
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8. Roger Chatier: Jóvenes que no “leen” en un mundo inundado de textos

8. Jóvenes que no “leen” en un mundo inundado de textos
DIALOGO CON ROGER CHARTIER, HISTORIADOR DE LA CULTURA Y DE LOS MODOS DE LECTURASociedad del Lunes/21-Feb-2005(6)|Hoy


“Hay un retorno a los grandes relatos en contra de la fragmentación de la novela”, afirmó Chartier a Página/12. El director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París señaló también la necesidad de encontrar el pasaje de la lectura salvaje de los textos omnipresentes en kioscos o Internet a lo que llama la lectura de una obra. Los interrogantes en un mundo, incluida la Argentina, que se aleja de los grandes textos.

Por Sergio Kisielewsky

–Usted estudió los siglos XVI y XVIII y su relación con los modos de lectura. ¿Se perdió esa vocación por los grandes relatos en las obras literarias, los textos de carácter épico?

–La construcción de relatos identificaba la novela del siglo XIX y la historiografía del mismo siglo. El género del gran relato histórico que abarcaba espacios, siglos y tiempos se fragmentó en lo que conocemos de la historia que son estudios más monográficos, más particulares. Para la novela en los últimos tiempos cambió la situación. En Francia el género de la nouvelle, la práctica “del estilo Borges” definió un tipo de escritura de ficción que se alejó de Dickens, Flaubert, Balzac o Zola.

–¿Cómo evalúa ese cambio?

–Ahora se lee a los novelistas que vienen de otros sitios. De Africa, de Asia, de Oriente. Hay un retorno a estos grandes relatos en contra de la fragmentación de la novela. El género de ficción durante los años 80, su escritura, correspondió a un proceso de fragmentación semejante a la fragmentación del discurso del saber. Nuevas relaciones se establecieron entre la escritura de la historia y un nuevo tipo de ficción. Es decir la fragmentación, la división del texto, técnicas cinematográficas, planos más alejados.

–Usted estudió los modos de leer, los modos de lectura. ¿Cómo cree que se lee ahora? ¿En qué hábitos de lectura se forman los chicos?

–Hay diversos niveles de aproximación al hecho educativo. Hay un primer nivel sociológico y estadístico que se da en Europa, con un regreso en el porcentaje global de lectores en la sociedad, de práctica de lectura dentro de los 15 y 25 años. Más allá de esto hay reticencias a presentarse como lector.

–¿Cómo una vergüenza?

–Sí. La aceptación del sometimiento al orden. O una vergüenza, que ciertos modos de rebelión juvenil no pueden aceptar. Para la literatura fue al revés, una posibilidad de representarse. Las prácticas son más desarrolladas de lo que se dice de las prácticas. En otro nivel se plantea como una contradicción. Hay una omnipresencia de los textos para adolescentes y jóvenes “que no leen”. Pero que en realidad leen la pantalla, es su imagen, es su pantalla textual, hay sonidos y hay muchos textos. Si se sale a la calle se ve que los kioscos de revistas, de diarios, son estímulos. El problema es cómo se pasa de esta lectura salvaje de objetos no canónicos o no reconocidos como lectura a la tradición letrada. Cómo se pasa de esta omnipresencia de textos leídos a lo que llamamos lectura de una obra. Significa que hay repertorios textuales, que son diferentes a lo que se lee a partir de la compra en el kiosco y que hay prácticas de lecturas que son marcadas por un tiempo, por una reflexión, por una apropiación profunda del texto. Lectura del libro es una expresión muy peligrosa porque puede abarcar prácticas bien diferentes.

–¿La lectura y la escritura siempre fueron peligrosas?

–Aquí el uso de la palabra lectura es peligrosa desde la teoría y la metodología. Porque leer una revista de motos es leer. Y leer a Shakespeare es leer. De esta manera hay un posición ambigua porque todas las lecturas no son equivalentes. Una revista de motos no es Shakespeare. Hay aquí un orden de los discursos con géneros diferenciados y es demagógico cuando se piensa que hay una equivalencia generalizada. Podemos pensar que leer puede organizarse a partir de una revista de motos, no a partir de Shakespeare. Pero no debemos, como a veces lo hizo la escuela, establecer una cultura absoluta y considerar, descalificar en sí mismas estas prácticas de lectura. Lo que es la tarea común de la escuela, los profesores, los periodistas, es proponer vías para que se desplace estalectura salvaje, inmediata, espontánea, en la dirección de una lectura. En por qué el texto es resultado de una innovación estética o de un trabajo intelectual. Puede procurar al lector elementos más ricos y más profundos.

–¿Qué puntos en común tienen el escritor y el crítico de hoy en día con el intelectual de las décadas del 60 y el 70?

–Algunas veces es la misma persona que actúa como escritor y como crítico. En América latina muchos de los escritores son también profesores y críticos. Me interesa mucho la crítica textual, la práctica editorial de los textos antiguos y se ve que son disciplinas que necesitan saberes bibliográficos, filológicos, históricos y que aquí hay un campo de investigación que supone técnicas y conocimientos. Hay escritores que piensan que lo que escriben como crítica es algo que tiene un valor científico. Puede tener un valor afectivo, puede tener un valor estético pero dar una lectura crítica, en mi opinión, de El Quijote supone conocimientos filológicos sobre la lengua, conocimientos bibliográficos para la historia del texto. Supone conocimientos históricos para entender cómo el texto juega con su época. Y al revés. Hay profesores de literatura que porque comentan textos literarios piensan que hacen literatura. En Francia hay un ambigüedad de lo literario porque se habla de los literere para describir los profesores de literatura. El tema es cómo captar la inminencia de la dignidad del texto literario. Está la confusión de los escritores que se piensan como críticos y los críticos que se piensan como escritores. En particular hay críticos que también son escritores y que pueden actuar muy bien en los dos campos pero sobre la condición de no confundirlos.

–¿La enseñanza de la lectura y escritura en la escuela estimula la creación de textos literarios?

–El mayor problema era pasar de una alfabetización de la lectura y escritura que es casi universal a lo que se puede llamar letrismo. Porque la categoría de iletrismo puede tener diferentes sentidos. Se ha utilizado para identificar esta población de lectores y escritores que no son analfabetos, pero que tienen un control muy restringido de la lectura y de la escritura, leyendo en voz alta para entender el sentido del texto y escribiendo sólo en forma fonética. Más allá de esto, el letrismo es una capacidad insuficiente para comprender las realidades culturales que pasan a través de la escritura en el mundo contemporáneo. Es un problema que existe no sólo en los países de América latina sino también en Francia y Estados Unidos. En Europa hay una población importante que alcanza al 10 o 12 por ciento de personas que saben leer y escribir pero no con la competencia que les permite controlar la escritura para comunicarse con los otros, con el Estado o la administración. Leen con mucha dificultad textos muy formales e idénticos unos de otros. Ahí se ve un fracaso de la escuela. Porque escribir es a la vez trazar letras y escribir es también domar la escritura, componer, razonar y allí reside la dificultad. No viene sólo de las debilidades de los métodos pedagógicos sino también de la inserción de la escuela en un mundo que la desborda y que hace difícil ciertos aprendizajes.

–¿Se dan elementos a los alumnos para que aprendan y a la vez sean capaces de crear narrativa o poesía?

–En Francia el problema no deriva de las insuficiencias de la enseñanza porque los maestros de la escuela primaria comparten este discurso y la escuela es un lugar de invención, de imaginación. Al mismo tiempo la escuela no es una isla, hay muchos elementos sociales, económicos, culturales que van a contrapelo de este esfuerzo. El momento de la escolarización es universal, abarca no sólo el primario sino el secundario, a niños y niñas de medios muy desfavorecidos. En el medio familiar hay una enorme discrepancia entre lo que se transmite en la escuela y la vida cotidiana muchas veces azarosa por el desempleo, la falta de recursos económicos, la presencia obsesiva de la televisión, la dificultad de tener tiempo y lugar para debatir. Es más, esta relación entre la sociedad entera y la escuela siempre se puede mejorar. Y mejorar también la perspectiva de los maestros. Pero hay que decir que los estados no ayudan mucho a esto, porque los maestros de las primarias no son los intelectuales mejor reconocidos y pagados.

–¿Cómo ve la irrupción del vínculo entre las nuevas generaciones con Internet? ¿Mejorarán los modos de lectura, creará un nuevo vínculo con el libro?

–En primer lugar en términos del aprendizaje rescato lo que dijo la investigadora Emilia Ferreiro sobre sostener programas de Internet para todos, Internet para cada escuela. Pero sería un peligro extremo pensar que es una sustitución a la práctica de la escuela que es una relación personal, humana entre maestro y alumno. Podría ser un sueño perverso imaginar a Internet reemplazando a maestros, maestras y a la escuela misma. Sería un fracaso total porque el uso de cualquier técnica de transmisión de los textos supone aprendizaje, clasificación, organización, orden inclusive para desbordar este orden. De lo contrario hay una sola forma de percepción, de clasificación, de organización, no hay nada que desplazar, no hay nada que subvertir. Una carta no es un libro, no es una ficha, no es un diario, no es una revista y todo esto se hace más complicado en el texto electrónico que borra las diferencias porque hay un objeto único, la computadora. Y esto exige un esfuerzo intelectual de clarificación y organización del mundo del discurso. Aprovechar estas nuevas posibilidades supone que se conoce y se organiza como dijo Foucault un orden de los discursos para discriminar géneros. Unicamente a partir de esta percepción de las diferencias se puede inventar formas nuevas.

–¿Cómo recuerda que tomó el gusto por su oficio? ¿Cómo recuerda sus primeros acercamientos al libro, a los modos de lectura?

–En los años ’60 y ’70 lo que dominaba la historia en Francia era un sector del pensamiento más novedoso, más innovador. Una forma de historia cultural que replica los argumentos de la historia social y económica.
Dentro de este marco escribí libros y artículos sobre la educación y sobre las bibliotecas. Se desplazó el interés de la historia general hacia las apropiaciones, las prácticas, a lo que hace la gente en relación con los textos, con muchas cosas que no se pueden medir, con una visión más vinculada con la comunidad, con el individuo, con la presencia. Lo que me interesó es la apropiación del texto literario, de la obra estética. Y cómo se relacionaba estos textos que tienen como fin la producción de un efecto estético con otras prácticas de la cultura escrita. El texto literario no está aislado de un tejido de prácticas que lo hacen posible. Y el texto literario no es sólo el diálogo entre el autor y el lector. También están el impresor, el editor y no se puede separar la obra como texto de la obra como objeto. De ahí la necesidad de pensar este proceso que conduce del sueño de una obra de la escritura manuscrita al proceso de publicación que involucra técnicas, lugares. Era una manera de pensar la escritura y la lectura dentro de lo que había aprendido como historia sociocultural.

–En sus primeras lecturas, ¿cuáles eran los autores que lo deslumbraban?

–Siempre me gustó leer teatro. Tengo una gran familiaridad con Molière. Mi trabajo sobre las distintas formas de publicación de los textos teatrales, el vínculo entre el escenario y la página. Siempre me interesaron los textos que en apariencia se dedican a una intriga, a una historia, a una fábula. De hecho son textos sobre la literatura, sobre los mecanismos de la escritura, la publicación y la lectura. Desde Cervantes hasta Borges y más en la lengua española que en otra, se transformó toda la escritura de invenciones de fábulas en una escritura sobre la “ficción”. Para una historiador y para un lector anónimo es una fuerza cuando los dos niveles se entrecruzan. Contar una historia y contar la escritura de esta historia dentro del marco de qué es la literatura.

–¿Qué cambios hubo en el abordaje teórico de los textos en relación con la década del 60 y el 70?

–El marxismo o el psicoanálisis propusieron modelos de interpretación muy fuertes, inclusive para las obras literarias. Al mismo tiempo con exigencias más particulares en relación con la filología, con la bibliografía y con la tradición. Estos modelos parecían ahistóricos como el psicoanálisis o como demasiado históricos como ciertos usos del marxismo. Ahora existe la corriente de la práctica literaria sin rechazar, por el contrario, incorporando el aporte del psicoanálisis y el marxismo para tornar útil y pertinente y manejar dimensiones de estudio más elaboradas. Se incorporó esa efervescencia intelectual y lo que admiro mucho en la crítica que se dedica a Shakespeare o en la crítica que se dedica al Siglo de Oro es esa articulación entre saberes muy técnicos que permite decir cosas bien fundadas entre los textos. Sin olvidar que leer o interpretar un texto no puede ser únicamente un comentario erudito. El mundo de Shakespeare, el de Cervantes está muy alejado del nuestro y, si no tenemos los instrumentos para marcar esta distancia, el riesgo de anacronismo es inmediato.

No escribían en una lengua que es la nuestra, no producían obras para un mundo social que es el nuestro, los lectores tenían capacidades e intereses que no son los nuestros. Una vez establecida esta distancia, la discontinuidad, la diferencia, es posible reflexionar sobre el porqué de su fuerza inspiradora. Leyéndolos nos leemos a nosotros mismos. Esa tensión dialéctica entre una discontinuidad reconocida históricamente y una presencia estética, intelectual, filosófica. Es el desafío de la crítica textual, literaria e histórica hoy en día.

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Sociedad del Lunes/21-Feb-2005(6)|Hoy
¿POR QUE ROGER CHARTIER?
La lectura de una obra
Por S. K.

Roger Chartier dirige la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, es un historiador de la educación y de los modos de lectura. En una entrevista con Chartier el protagonista principal es la lectura, en un mundo donde esta práctica ha disminuido, acosada por los medios audiovisuales y la informática.
En otros encuentros ha dicho que su preocupación por estos temas comenzó desde joven, intrigado por la relación de autores como Shakespeare o Cervantes con lectores contemporáneos a través de sus libros. Chartier diferencia la multiplicidad de textos que pueden aparecer en los kioscos o en las pantallas de Internet, con la lectura de un libro, “lectura de una obra”. Ha publicado El mundo como representación; Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna y El orden de los libros, entre otras obras.
Chartier dice que en encuestas realizadas en Europa muchos jóvenes responden que no leen. Tienen vergüenza de decir que leen. En la Argentina, la situación pareciera ser al revés, muchos dicen que leen, pero las cifras de ventas de libros y ediciones los desmienten. La Argentina es un país que va perdiendo el hábito de la lectura y el pensamiento de Chartier podría arrojar algunas ideas para comenzar a revertir ese camino de empobrecimiento.

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7. La enseñanza de la lectoescritura es todavía un desafio en la escuela (2002)

7. La enseñanza de la lectoescritura es todavía un desafio en la escuela
De cómo olvidarse de mi mamá me mima
Sociedad del Domingo/03-Mar-2002
La forma en que los chicos aprenden a leer y escribir influye –para muchos en forma decisiva– en el placer o no por la lectura. Este primer informe elaborado por el IIPE-Unesco aborda una de esas formas fundada en una concepción psicogenética.

“Hubo una época, hace varios siglos, en que escribir y leer eran actividades profesionales. Quienes se destinaban a ellas aprendían un oficio (...) Todos los problemas de la alfabetización comenzaron cuando se decidió que escribir no era una profesión sino una obligación y que leer no era marca de sabiduría sino marca de ciudadanía”, reflexiona la investigadora Emilia Ferreiro en su último libro Pasado y presente de los verbos leer y escribir. La institución encargada de la democratización de ese conocimiento es la escuela. Lograr que los chicos dominen la posibilidad de expresar y comprender es uno de los objetivos de la educación formal. El proceso no es sencillo: para un lego hasta parece mágico el camino que recorre una criatura para traducir los sonidos en trazos que dibujan palabras que cobran sentido en un relato.
La escuela sigue siendo el lugar destinado –antes que nada– a la enseñanza de la lectoescritura. Ferreiro, a partir de sus investigaciones basadas en los estudios de Piaget sobre el desarrollo del pensamiento infantil, cambió la forma de encarar ese desafío. Las maestras tuvieron que aprender que el chico no era una “tabla rasa” que sólo es apto para memorizar conceptos predefinidos sino que va construyendo esos conceptos en un complejo proceso de anticipación y verificación de hipótesis.
La crisis de “mi mamá me mima”
Delia Lerner, directora del Equipo de Lengua de la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, señala que “las investigaciones dirigidas por Ferreiro mostraron que los chicos no esperan a estar en un aula para comenzar a pensar acerca del sistema de escritura –al menos los chicos que están en medios letrados, rodeados de lengua escrita y participando en situaciones de lectura y escritura de los adultos–; esto implica, desde el punto de vista de la escuela, la responsabilidad muy fuerte de brindar a todos los chicos esa posibilidad de contacto asiduo y permanente con material escrito y con la gente que lee y escribe. No sólo eso, además hacen falta situaciones didácticas que hayan mostrado su valor para que los chicos aprendan e intervenciones de los docentes en el curso de esas situaciones”. María Elena Cuter, integrante del equipo de Lerner, destaca que “los chicos no aprenden a leer y escribir como una tarea individual de aprender una decodificación sino que se pone el acento en la interacción entre los chicos al momento de aprender a leer y escribir que es algo que la escuela ofrece”.
Desde la experiencia en el aula, Amalia Donadío, maestra de primer grado en la Escuela 15, Distrito Escolar 6 de la Ciudad de Buenos Aires, dice que “el chico sabe cosas y nosotros tenemos las herramientas para producir en el chico el conflicto que haga que él mismo sienta que su pensamiento fue errado. Por ejemplo, en primer grado cuando están en el nivel silábico, escriben una letra por sílaba y casi siempre las vocales. Se les dice que escriban ‘aro’ y ponen la ‘a’ y la ‘o’. Entonces se les dice que escriban ‘ato’ o ‘gato’. Ese chico que escribe ‘ao’ como dos palabras distintas se da cuenta que le falta algo: le faltan las letras que diferencian una palabra de otra. Hasta ese momento estaba seguro, tranquilo, que decía ‘aro’, pero ahora se da cuenta que no puede haber palabras distintas que se escriban igual”.
Para docentes formados en los métodos tradicionales, el pasaje al constructivismo que supone la psicogénesis no es sencillo, máxime cuando la actualización puede quedar librada a inconexos cursos de capacitación. Amalia Donadío advierte que “yo prefiero que enseñen desde lo que saben. Un maestro obligado no puede enseñar nada, tiene que estar convencido. Aquel que lo hace por imposición del gobierno, de la directora o porque es lo ‘moderno’ hace barbaridades. Por ejemplo, consideran que un chico no aprende si un chico que está en el nivel silábido-alfabético escribe una sílabas completas y otras no. Lo que pasa es que el chico tiene una gran confusión, si se estancó hay que ver qué pasó. Es importantísimo que elalumno relea lo que escribió. Lo que uno escribe no tiene valor si al otro no le sirve, no lo entiende. Corregir no tiene nada de malo”.
–¿Cómo se debe promover la interacción entre los chicos? –se le pregunta a Lerner.
–Los chicos aprenden junto con los otros. Discuten, aportan, preguntan al otro, ofrecen información, justifican para el otro: creen que allí dice y que debe escribirse de tal manera, así ellos también van reflexionando sobre lo que ellos leen y escriben.
–¿Los maestros cómo actúan en ese escenario?
–El lugar del maestro cambia. Imaginemos que para la enseñanza tradicional de la lectura y la escritura, teníamos un maestro que estaba parado al lado del pizarrón escribiendo sílabas. Ahora tenemos un maestro que está recorriendo el aula, donde hay grupos de chicos que están leyendo o escribiendo y el maestro interviene, aporta información, aclara, genera dudas, plantea problemas, es un maestro que está recorriendo el aula, ayudando al trabajo con los chicos.
Comprensión y Placer
Para que el tedio que provoca toda obligación no aniquile el placer de la lectura, las investigadoras sostienen que la forma en que se aprendió es una marca a fuego. María Elena Cuter dice que “cuando la comprensión se deja para después de haber aprendido cómo se juntan las letras para formar sílabas y cómo las sílabas se juntan para formar palabras, lo que se escribe o lo que se lee queda en un segundo término, es decir que el significado no tiene mayor relevancia. Por eso es que cuando hablamos de los viejos métodos hablamos de frases sin sentido. Cuando los chicos desde el inicio se meten con textos de verdad a escribirlos o leerlos con la ayuda del maestro, el sentido de los textos que leen y escriben está puesto en primer término. Así lo que dejamos de escuchar es la frase de la maestra: ‘No entienden lo que leen’ porque los chicos desde el inicio intentan entender lo que leen, intentan expresar sus ideas con coherencia, con solvencia, con intención, con propósito comunicativo, pensando en su destinatario, aunque en principio le cueste mucho”. Lerner apela a Franz Smith para completar el razonamiento, “el chico deja de ladrar lo escrito”.
Las posibilidades que abren los distintos textos son la herramienta para encarar las distintas lecturas. Las especialistas remarcan que “proponemos que lean con propósitos variados. Por ejemplo que lean para entretenerse, para divertirse o para emocionarse, entonces van a leer literatura. En otras situaciones tendrán que leer para obtener información y en otras porque tienen que hacer algo y comprender las instrucciones. El criterio es que haya variedad de propósitos y de textos”.

Informe: IIPE-Unesco.

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Sociedad del Domingo/03-Mar-2002(6)|Hoy
“Leen porque les gusta”

Irina Garbuz ejerce desde hace ocho años como maestra y estudia Ciencias de la Educación. Para mostrar cómo influye en la actitud de los chicos la forma en que aprendieron apela a una anécdota. “Estaba en un tercer grado en el que los chicos habían aprendido mediante ‘palabra generadora’. Más allá de que la posibilidad de producción de textos era muy pobre en calidad, noté que cuando habían empezado con psicogénesis tenían muchas más posibilidades de tomar vuelo. Yo había hecho una biblioteca en el aula, había llevado una alfombra, había almohadones y los chicos se desparramaban leyendo. Un día entra un chico de séptimo y me dice:
–Seño, ¿los puso en penitencia?
–No, están leyendo.
–Por eso, están en penitencia.
–No, leen porque les gusta. Pregúntales.
–No lo podía creer, para él había sido una tortura leer. Es evidente que hay que salir del dictado, de copiar trabajos, del completar la historia que la maestra quiere y apostar a la historia que parta de la construcción del chico.”

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