martes, septiembre 22, 2009

152. ¿Tan mal comía Oliver Twist?

152. ¿Tan mal comía Oliver Twist?

oliver-twistPediatras y nutricionistas del Hospital General Northampton (Reino Unido), en colaboración con investigadores del Centro de Historia de la Medicina de Birminghan, han comparado la dieta que tomaba Oliver Twist, el famoso huérfano que dio nombre a una de las novelas más populares de Charles Dickens, con la que figura en otros documentos de la Inglaterra victoriana en la que se desarrolla la historia. Y han llegado a la conclusión de que la alimentación que reflejaba el novelista británico en su obra no se corresponde con la que realmente recibían los huérfanos de la época.

Según las palabras del propio Oliver Twist, su alimentación consistía en "tres pequeñas raciones de gachas diarias, con una cebolla dos veces por semana y medio panecillo los domingos". Desde el punto de vista nutricional,aseguran los investigadores en el último número de la revista British Medical Journal, esta dieta sería insuficiente para un niño de nueve años y le causaría anemia, escorbuto y otras patologías asociadas a la falta de vitaminas. Sin embargo, otros documentos históricos apuntan a que la descripción de Dickens no se ajustaba en la realidad.

Concretamente, ateniéndose a los datos que figuran en la descripción del dietario de los orfanatos recogida por el doctor Jonathan Pereira en 1843, el pequeño Oliver habría ingerido 1,76 litros de gachas al día, con al menos 100 gramos de harina de avena de buena calidad. Además, Pereira documenta que los orfanatos recibían carne de ternera y cordero para sus huéspedes todas las semanas. A la vista de los datos históricos, los investigadores concluyen que los dietistas actuales aprobarían la comida servida en los orfanatos victorianos.

No obstante, puntualizan que sus conclusiones serían válidas teniendo en cuenta las necesidades nutricionales de un niño actual. Los niños contemporáneos de Oliver Twist eran más bajos y delgados que los del siglo XXI, pero también mucho más activos, por lo que posiblemente consumían mucha más energía en condiciones normales.

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151. Astronomía en "La Odisea"

151. Astronomía en "La Odisea"

odiseaUn físico y un astrónomo sitúan cronológicamente los relatos descritos por el poeta griego Homero en La Odisea gracias a un eclipse total de sol citado en el texto.

En cierto momento de La Odisea, el célebre poema épico atribuido a Homero, el profeta Teoclímeno realiza un memorable discurso anunciando la matanza de los pretendientes de Penélope, la esposa de Ulises, que concluye con esta frase: “El sol ha sido expurgado del cielo, y una desdichada oscuridad invade el mundo”. Los científicos Marcelo O. Magnasco, director del Laboratorio de Física Matemática de la Fundación Rockefeller, y Constantino Baikouzis, del Observatorio Astronómico de La Plata (Argentina), están convencidos de que Homero hace alusión a un eclipse total de sol al que acaban de poner fecha: 16 de abril del año 1178 antes de Cristo. Los detalles se publican hoy en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).

La datación ha sido posible gracias a varias “pistas celestiales” proporcionadas por Homero en su narración. Por ejemplo, describe que seis días antes Venus tenía un resplandor inusual . Además, Homero sugiere que 33 días antes de la llegada de Ulises, el planeta Mercurio (llamado entonces Hermes) estaba alto al amanecer. Por si esto fuera poco, el día de la matanza era noche de Luna Nueva, un requisito imprescindible para el eclipse total solar.

La investigación reabre el debate sobre si los hechos narrados en La Odisea ocurrieron realmente. Según Magnasco, la confirmación del eclipse podría implicar que el resto del relato “cuenta exactamente lo que sucedió”. Aunque el investigador asegura que le basta con saber que ahora “algunas personas podrán leer de La Odisea de una manera diferente y analizarla como si hubiera fechas reales en ella”.

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150. Zakadakis: "La ficción permite preguntarme qué pasaría si..."

150. Zarkadakis: "La fición permite preguntarme qué pasaría si..."


ZarkadakisCómo sobrevivir a una isla (Ediciones B) es la quinta novela de George Zarkadakis (Atenas, 1964) y la primera que publica en España. Su trepidante trama gira en torno a un periodista aquejado por una extraña enfermedad que le impide contemplar su propio reflejo. De formación científica - hizo un doctorado en inteligencia artificial -, Zarkadakis dirigió durante siete años Focus, la revista de divulgación más importante de Grecia. Como él mismo explica, el género de ficción le ha permitido preguntarse “qué pasaría si…”sobre algunos de los asuntos más candentes de la ciencia actual.

–¿Cómo se le ocurrió la idea del libro?
Escribir una novela es como internarse en un laberinto: entras en diferentes estancias y vas encontrando nuevos argumentos. Creo que le ocurre lo mismo a la mayoría de los escritores. La idea inicial vino al imaginarme que alguien no se reconocía en un espejo, lo que me llevó a la de una librería infinita, etcétera, etcétera. Así se convirtió en un dédalo de historias que se entrelazaban.

–Usted ensambla, en mi opinión con acierto, géneros como la ciencia-ficción, el thriller o la novela romántica a la vez que aborda temas aparentemente tan complejos como la naturaleza del infinito, la física cuántica , la filosofía estructuralista … ¿Piensa que la literatura es una buena herramienta para la divulgación científica? ¿Qué ventajas tiene?
–La ciencia ya es una forma de narrativa en sí misma. Explicar cómo se creó y evolucionó la vida o el universo son, en definitiva, relatos. La diferencia es que las novelas te permiten formular la pregunta “¿qué pasaría si…?”. Tienes la libertad encarnar los asuntos científicos en personajes y situaciones para reflexionar sobre ellos de otra manera.

–¿Ser director de Focus le ayudó a escribir sobre asuntos en principio tan duros para todos los lectores?
–Por supuesto. Me permitió trabajar con textos de divulgación y, lo que es más importante, averiguar por qué la gente no llega a comprender esos temas. La clave radica en no ser excesivamente didáctico, como un profesor universitario. Convertir la explicación en un juego.

–Un leitmotiv del libro es la conciencia. ¿Cree que es el reto más importante de la ciencia en la actualidad?
–Comprender cómo funciona la mente ha sido el principal objetivo del pensamiento humano desde la antigüedad. La diferencia es que en el siglo XXI tenemos herramientas experimentales para asomarnos a ese misterio de misterios. Es un viejo desafío, revisitado con nuevos métodos. Y no sólo es importante porque nos permitirá averiguar quiénes somos realmente. Por ejemplo, en física cuántica no podemos prescindir del observador, que en definitiva es una inteligencia, una mente pensante. De todas formas, aunque cada vez sepamos más sobre la conciencia, siempre habrá un límite, un elemento perdido que puede ser llenado por la literatura.

–Uno de los personajes, Thomas, defiende una visión filosófica del mundo –inspirada en la película Matrix–, según la cual todo es una ilusión, un software extremadamente complejo. ¿Hasta que punto piensa que tiene razón?
–Es una idea muy vieja, recogida no sólo en la filosofía occidental: el budismo cree que puedes llegar a conocer la realidad exclusivamente a través de la meditación. Se trata de un viejo debate. En el libro, el personaje de Sofía (una periodista de investigación) da la réplica a Thomas afirmando que las cosas existen realmente, que no sólo están en nuestra cabeza. Yo me identifico más bien con Sofía; para mí sería duro aceptar que habitamos una especie de Matrix.

–¿Existe una enfermedad similar a la que aqueja al protagonista, la autoprosopagnosia?
–Es una ironía, una referencia al entendimiento de uno mismo muy antigua, desde que Sócrates intentó conocerse a sí mismo, de que nunca nos conoceremos a nosotros mismos.

–¿El tema recurrente de la isla es, pues, una metáfora de la soledad, de la imposibilidad de conocimiento absoluto?
–Le pondré un ejemplo: ¿cómo sé que usted no es un robot o que mi mujer no es una impostora del espacio exterior? Hay un trastorno psicológico que impide a la gente incluso reconocer a sus familiares más cercanos. Es decir, existe algo en el interior de nuestro cerebro que nos permite saber quién somos y entablar relaciones sociales. Somos una isla y, al mismo tiempo, no podemos existir como una isla. Esta paradoja, que define la existencia humana, me sedujo hasta el punto de invertir mucho tiempo en escribir la novela.

¿Qué significa la librería que aparece en el libro, donde se guardan todas las historias posibles?
–Me interesa mucho el infinito, los bucles, la retroalimentación… No son materia exclusiva de la geometría. Los últimos descubrimientos neurológicos aplican estas nociones para intentar entender la consciencia de nosotros mismos. La librería es un símbolo de la memoria. A diferencia de Borges –que también aborda un tema similar en su cuento La Biblioteca de Babel–, yo trato de definirlo en términos matemáticos. Siempre recordamos de forma diferente. Si la memoria fuera un libro, continuamente le faltaría una página o tendría alguna nueva.

–La visión que ofrece el libro sobre la política, el periodismo e incluso sobre Atenas y Grecia no es muy complaciente. ¿Hasta qué punto refleja su propio punto de vista?
–Creo que el sistema es esencialmente corrupto. Sin embargo, hay gente honrada que lucha para cambiar las cosas; ellos son los que marcan la diferencia. En realidad, soy un optimista en un mundo pesimista.

–¿Cuáles son sus principales influencias literarias?
Dostoievsky, Kafka, García Márquez y muchos latinoamericanos. Y, por supuesto, Don Quijote, que es la novela definitiva. No necesitas leer nada más. Cervantes lo descubrió todo. Estoy en este oficio para emularle. Entre los españoles contemporáneos me interesa mucho Javier Marías.

–El protagonista es una rata de biblioteca, ¿tiene algo que ver con usted?

–Antes que escritor soy lector. Cuando acabo de escribir un libro, me convierto en automáticamente en su lector.

–Otra idea circular, de nuevo el infinito.

–Eso es.



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149. Los felices leen, los infelices ven televisión

149. Los felices leen, los infelices ven televisión

Las actividades que realizamos en nuestro tiempo libre pueden ser un indicador de nuestro nivel de felicidad o desdicha, según un nuevo estudio realizado por sociólogos de la Universidad de Maryland. Analizando datos recopilados a lo largo de los últimos 30 años, los investigadores han llegado a la conclusión de que las personas que no son felices pasan más tiempo viendo la televisión, mientras que las personas que se describen a sí mismas como felices dedican más tiempo a leer y a socializarse. Los detalles se publican en la revista Social Indicators Research.

Según el sociólogo John P. Robinson, coautor del trabajo y pionero en los estudios sobre el uso del tiempo, ver la televisión es una actividad pasiva que suele actuar como vía de escape. “Los datos sugieren que el hábito de ver la televisión puede ofrecer un placer inmediato a expensas de sufrir malestar a largo plazo”, dice el investigador, que añade que es una actividad cómoda y barata que no requiere compañía ni esfuerzo. Por el contrario, leer libros, prensa o revistas y relacionarnos con los demás nos produce satisfacción a largo plazo.

En concreto, los datos revelan que la gente infeliz consume un 20% más de televisión que la gente feliz, independientemente del nivel educativo, ingresos, edad y estado civil. Robinson advierte que estas cifras aumentarán significativamente si la economía sigue empeorando en los próximos meses.

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148. La Literatura nos hace Evolucionar

148. La Literatura nos hace Evolucionar

¿Se pueden aplicar las teorías de Darwin sobre la evolución a la literatura? En el último número de la revista Evolutionary Psychology, los investigadores estadounidenses Jonathan Gottschall y Joseph Carroll aseguran que sí. Para demostrarlo, pidieron a 500 personas que rellenaran cuestionarios sobre famosas novelas victorianas como Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen, Drácula, de Bram Stoker, o Cumbres Borrascosas, de Emily Brönte. El objetivo de los tests era evaluar a los protagonistas y los antagonistas de cada libro e identificar sus atributos.

Los resultados mostraron que los protagonistas de las novelas son normalmente sujetos con un comportamiento cooperativo, que despiertan respuestas emocionales positivas en quienes las leen. Por el contrario, la dominancia social y el ansia de poder se identifican mayoritariamente como características negativas y censurables de los antagonistas, algo que tiene especial sentido según las ideas de Charles Darwin, quien sostenía que los humanos tendemos a rechazar a aquellos que intentan resolver las cosas solos en lugar de dejar actuar al grupo.

“Las novelas permiten a sus lectores sumergirse en una dinámica social igualitaria similar a la de los grupos humanos prehistóricos de cazadores-recolectores”, concluyen Gottschall y Carroll, que se autodefinen como “darwinistas literarios”. Por lo tanto la buena literatura, aseguran, favorece comportamientos sociales que cumplen una función adaptativa y nos incita “a combatir impulsos básicos y trabajar de forma cooperativa”.

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147. El síndrome de Alicia en el País de las Maravillas

147. El síndrome de Alicia en el País de las Maravillas

“Un día vi cómo los libros de mi hermana se volvían más grandes y cómo mi padre se hacía tan pequeño como un muñeco”. “Siento que mi cuerpo crece y crece hasta que parece ocupar la habitación entera”. Son algunas de las sensaciones que caracterizan al síndrome de Alicia en el País de las Maravillas, que suele afectar a niños y adultos con migraña.

Investigadores gallegos han estudiado un caso excepcional de este trastorno neurológico en una niña de ocho años de edad que nunca antes había tenido migraña. Sus observaciones se publican en el último número de la Revista de Neurología.“La niña, que sufrió trastornos de la percepción visual todos los días durante un mes y cada dos o tres días en las dos semanas siguientes, empezó con los síntomas sin haber tenido antes cefaleas”, explica a SINC María José Corral Caramés, autora principal del estudio y pediatra del Centro de Salud A Ponte (Orense).

Los pacientes que sufren este síndrome perciben alteraciones en la forma, tamaño y situación espacial de los objetos, así como distorsión de la imagen corporal y del transcurso del tiempo. También se han asociado otras ilusiones visuales como palinopsia (imágenes múltiples), acromatopsia (no percepción del color) y prosopagnosia (incapacidad de reconocer caras).

Según los expertos, las personas afectadas por el síndrome de Alicia en el País de las Maravillas son en todo momento conscientes de la naturaleza ilusoria de sus percepciones. Sin embargo, éstas son lo suficientemente intensas como para que tengan que mirarse en un espejo para comprobar su talla.

Aunque las pruebas diagnósticas aún no han permitido identificar ningún área cerebral específicamente afectada, los resultados de los estudios realizados en pacientes en su fase aguda mediante tomografía computarizada revelan áreas de hipoperfusión en las proximidades del tracto visual y córtex asociado, lo que podría explicar las quejas visuales de los pacientes.

Los científicos sospechan que Charles Lutwidge Dodgson, conocido bajo el pseudónimo de Lewis Carroll y afectado por migrañas, pudo sufrir el síndrome, de forma que las experiencias de la joven Alicia fueran bien conocidas por su creador.

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146. Literatura (¿o antiliteratura?) de ciencia ficción

146. Literatura (¿o antiliteratura?) de ciencia ficción

El ritmo vertiginoso de los avances científicos facilita mucho material a los autores de ciencia ficción, pero también les hace más difícil predecir el futuro. Luis Miguel Ariza, autor de varias novelas sci-fi, ha tomado el pulso a este género literario.

reportaje-334Los más críticos lo tachan de antiliteratura. Y a pesar de ello, algunas de las obras aceptadas por el gran público fueron un éxito y rompieron moldes al utilizar la ciencia en sus argumentos. Es lo que hicieron clásicos de buena cuña como Julio Verne, H. G. Wells, Isaac Asimov o Arthur C. Clarke. O representantes del fenómeno del tecno-thriller en un mercado cada vez más diverso, donde ya figuran insignes abuelos como Robin Cook, Douglas Preston y Lincoln Child. Se han ganado la fascinación de millones de lectores. ¿Por qué?

La respuesta se esconde en la facilidad con la que escarban en los diversos campos científicos para convertirlos en una aventura apasionante; la forma que tienen de acercarlos al público; la credibilidad de sus argumentos, y la intuición de la que hicieron gala, adelantándose a lo que luego sería una realidad. El novelista adentra al lector profano en materias como la clonación genética, las técnicas de excavación en arqueología combinadas con la búsqueda de tesoros, el uso pionero de la electricidad o en cuestiones tan de moda como la adquisición de consciencia e inteligencia en los ordenadores.

Ahora bien, no resulta fácil encontrar una buena historia catapultada genuinamente por la ciencia; una historia que le obligue a uno a pasar página tras página sin levantar la cabeza. Es lo que logran los buenos escritores a diferencia de quienes intentan esconder la endeblez de sus argumentos y aprovechan la mínima ocasión para lanzar discursos divulgativos y tesinas para lectores no avisados. En esta selección –como todas, subjetiva– se corre el riesgo de dejar en el camino novelas que a otros les parecen indispensables. Elegir siempre entraña riesgos.

Del tan actual asunto de la clonación y manipulación genética ya se escribió un clásico hace más de 30 años: Los niños del Brasil, publicada por el escritor y dramaturgo norteamericano Ira Levin en 1976. El villano de la historia es el doctor Josef Mengele (1911-1979), un despiadado nazi que realizó experimentos con niños, especialmente con gemelos, en Auschwitz. Ahora se esconde en Brasil, viste de blanco y tiene a su alrededor una legión de mercenarios y ayudantes a los que implica en una “misión sagrada” mientras come con ellos en un restaurante japonés: deben asesinar a 94 personas de unos 65 años en diversas partes de Europa y América. Los objetivos son los padres de otros tantos clones de Adolf Hitler diseminados por varios países. Mengele intenta así recrear las experiencias infantiles del führer, cuyo progenitor falleció precisamente a esa edad.

El siniestro doctor, nos dice Levin, lleva diez años de adelanto en una técnica conocida como reproducción mononuclear o cloning: “Se destruye el núcleo de una célula huevo, dejando el cuerpo celular intacto (...). En el interior de la célula enucleada se pone el núcleo de un cuerpo celular tomado del organismo que se desea reproducir: el núcleo de una célula somática, no de una sexual”.

Un nuevo Hitler amenaza con dominar al mundo

La célula huevo fertilizada, con 46 cromosomas, “colocada en una solución nutritiva, procede a duplicarse y a dividirse. Cuando llega al estadio de 16 o 32 células, lo que lleva cuatro o cinco días, se puede implantar en el útero de la madre... El resultado final es un embrión que no tiene padre y madre, sino solamente donante, del cual es un duplicado genético exacto”. Es la descripción casi exacta de la técnica que usó el científico escocés Ian Wilmut para engendrar en 1996 a la famosísima oveja Dolly, un mamífero creado a partir de una célula no reproductora –en este caso, tomada de la glándula mamaria–.

Otro aspecto fascinante de Los niños del Brasil es su hincapié en que los genes no lo son todo, sino que también importa el entorno. Tanto, que constituye el armazón dramático de la historia, en la que el cazanazis Yakov Lieberman trata de impedir que un Hitler clónico adoctrine al mundo. Sin el papel del ambiente en los genes no habría novela, ni acción, ni drama, sólo un mero experimento de laboratorio. Un diez de novela.

El otro gran título de genética ficción es, cómo no, Parque Jurásico (1990), del recientemente desaparecido Michael Crichton. Se trata de un homenaje encubierto a clásicos como El Mundo Perdido, de Arthur Conan Doyle, donde los dinosaurios sobrevivían en la cima de los tepuyes, unas altas mesetas que se elevaron hace centenares de millones de años principalmente en el territorio de la actual Venezuela. En la novela de Crichton, los grandes reptiles cobran vida en el rincón más oscuro e inquietante de los avances científicos. Aunque la recreación clónica de una persona está más cerca en el tiempo que la de un animal extinguido, resulta muy notable cómo se soluciona el problema de rescatar ADN prehistórico: procede de la sangre encerrada en las tripas de un insecto atrapado en ámbar.crichton

Next: piratería de genes basada en hechos reales

Es cierto que los científicos han extraído ADN de mosquitos encerrados en resina fósil de hace al menos 35 millones de años, y que el entomólogo George Poinar, de la Oregon State University, obtuvo pequeños extractos de un escarabajo de 125 millones de años, pero no se ha logrado sacar de la sangre succionada por los insectos. Además, el ámbar dominicano –y en general, el de Centroamérica–, que es la fuente de la novela, no tiene más de 35 millones de años. Sin embargo, los científicos usan en la ficción una enzima que hace fotocopias del ADN, llamada reacción en cadena de la polimerasa –PCR, según sus siglas en inglés–, para obtener millones de copias del deteriorado –y excaso– material genético reptiliano. Es una técnica real que fue imprescindible para secuenciar los genomas del hombre o el ratón. En su último trabajo, Next, Crichton trató la cuestión legal y ética de las patentes de genes. Se basaba en la historia real de un estadounidense que perdió un juicio histórico: padecía un cáncer y se le extrajeron sin su consentimiento células del bazo para patentar un nuevo medicamento.

La física de los viajes en el tiempo también ha espoleado la imaginación de muchos narradores. Quizá la novela contemporánea más popular que se ha encargado de hacernos ver la teoría en práctica es Contact (1985), de Carl Sagan, llevada al cine por Robert Zemeckis. Aborda, por un lado, el mundo de los radiotelescopios en busca de señales inteligentes, y por el otro, la forma en la que la doctora Eleanor Arroway se embarca hacia una estrella llamada Vega, que está solamente a unos 26 años luz.

El autor del “fluido García” se adelantó a H. G. Wells

“Sagan le pidió a su amigo el físico Kip Thorne que le proporcionara algún método para viajar en el tiempo”, explica Manuel Moreno, profesor de Física de la Universidad Politécnica de Cataluña. Thorne empezó a pensar en el problema mientras su ex mujer conducía por la autopista. Como Arroway –interpretada en el filme por Jodie Foster– no podía usar un agujero negro debido a su enorme gravedad, acudió a un concepto exótico: los agujeros de gusano, que fueron postulados por el físico austríaco Ludwig Flamm poco después de que Einstein publicara su teoría de la relatividad general. Y escribió las ecuaciones sentado en el asiento trasero.

En teoría, se trata de atajos en el espacio-tiempo. Según Thorne, uno que tuviera sólo un kilómetro de longitud podría unir la Tierra y Vega. El viaje de ida y vuelta de Arroway y sus cuatro acompañantes dura al menos un día –o es su sensación–, mientras que los componentes del proyecto relatan una ausencia de la máquina de tan sólo 20 minutos, lo que ilustra la relatividad del tiempo. En la película, las 18 horas del reloj de Arroway son medio segundo para los observadores externos, un giro más dramático que científico.

Una clara precursora de estos viajes es La máquina del tiempo, de H. G. Wells, publicada en 1895. Sin embargo, la primera novela de la literatura occidental que lo plantea se titula El anacronópete, y fue escrita por un diplomático español, Enrique Gaspar, en 1881. Este ingenio consistía en una caja de hierro fundido, que funciona mediante la electricidad, y que impide que sus viajeros rejuvenezcan si viajan al pasado gracias al “fluido García”. Su creador, Sindulfo García, doctor en Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, lo presenta en la Exposición Universal de París en 1878. “Es una especie de nave espacial que se eleva a la atmósfera e invierte el movimiento de rotación de la Tierra a una velocidad supersónica”, dice Nil Santiáñez, profesor de Estudios Españoles de la Universidad de St. Louis, en EE UU. Absurdo, pero divertido.

En el relato, el tiempo es la atmósfera que nos envuelve y discurre en dirección contraria a la rotación de nuestro planeta, por lo que el artilugio, para desenvolverlo, debe ir de occidente a oriente. La obra coloca al protagonista, su sobrina y un grupo de amigos en distintos capítulos de la historia: la batalla de Tetuán, en 1860, la rendición de Granada, en 1492, la China imperial del año 220, la destrucción de Pompeya y los tiempos de Noé.

Cuando escribieron sus obras, ni Wells ni Gaspar podían saber –a menos que hubieran viajado hacia el futuro– que en 1905 Einstein plantearía su teoría especial de la relatividad, que deja al tiempo en mal lugar pues pierde su condición de absoluto. Más adelante postularía la relatividad general, donde la gravedad que ejerce un cuerpo es esencialmente una abolladura del tejido espaciotemporal. Son escenarios donde surge la posibilidad teórica de los viajes al pasado o al futuro.

Un haz de taquiones para mandar un mensaje al pasado

En Cronopaisaje (1980), del astrofísico Gregory Benford, se apunta una curiosa manera de hacerlo: enviando taquiones, partículas teóricas que viajan, como mínimo, a la velocidad de la luz. En 1998, científicos de la Universidad de Cambridge mandan un haz a 1963 para avisar del peligro que supone el uso de ciertos productos químicos que han puesto a la Tierra bajo mínimos. ¿Cómo? Este extracto de la conversación mantenida entre Renfrew, el físico que desea hacer el experimento, y Peterson, un político, nos lo descubre:

–Desde 1963, la Tierra ha seguido girando en torno al Sol, mientras que el mismo Sol ha seguido girando en torno al centro de la galaxia, y así sucesivamente. Sume todo esto y descubrirá que 1963 está más bien lejos.
–¿Con relación a qué?
–Bueno, con relación al centro de la masa del grupo local de galaxias, por supuesto. Recuerde que el grupo local está también en movimiento con relación al conjunto de referencias proporcionado por las radiaciones de fondo de microondas y...
–Mire, deje a un lado toda esa jerga, ¿quiere? ¿Está hablando usted de 1963 en algún lugar en el cielo?
–Exactamente. Enviamos un haz de taquiones para que golpeen ese lugar. Barremos el volumen de espacio ocupado por la Tierra en aquel momento en particular.

20.000 leguas en un submarino ya inventado

No parece que tales fantasías se hagan realidad en un futuro cercano, al contrario de lo que apuntan algunas tramas de los mejores cultivadores de la anticipación científica. Sin duda, el gran maestro en esta especialidad es Julio Verne. En 20.000 leguas de viaje submarino (1869) ofrece ricas descripciones científicas sobre la fauna marina, aunque lo enriquece con alguna que otra dramatización. Así, el pulpo gigante de Verne, que no superaba los ocho metros de longitud, pesaba más de 22 toneladas, por lo que sus tentáculos tendrían que haber sido de hierro. En la novela se describen diez de esos apéndices, lo que corresponde a un calamar, no a un octópodo. Sin duda, en época de Verne circulaban historias sobre hallazgos de calamares gigantes; la leyenda del Kraken es muy antigua. Por otra parte, el famoso Nautilus, nos dice Manuel Moreno, no fue una invención del escritor francés, puesto que ya en 1858 el inventor gerundense Narciso Monturiol ya había desarrollado el primer submarino a motor. Sin embargo, lo fundamental es que Verne “aporta la novedad de la energía eléctrica, que mueve la máquina”, indica Moreno. “Estamos en el segundo tercio del siglo XIX, y aún no se conocían las aplicaciones de los fenómenos electromagnéticos, bien descritos desde el punto de vista teórico”. Efectivamente, James Clerk Maxwell había resumido en cuatro ecuaciones fundamentales la esencia del electromagnetismo en 1864. Otra característica interesante de 20.000 leguas es el uso de las escafandras y las escopetas de aire comprimido en el mar, que anticipa el uso de los reguladores de aire en el submarinismo moderno.

“A Julio Verne se le ha dado la paternidad de muchas cosas que ni siquiera él inventó”, afirma Moreno. “Lo que ocurre es que estaba muy al tanto de los avances científicos”. De él podemos hacer una larga lista de recomendaciones, como Viaje al Centro de la Tierra, donde, fantasías aparte, se dan lecciones de paleontología y geología; o De la Tierra a la Luna, ficción en la que los protagonistas alcanzan nuestro satélite a bordo de un obús disparado desde Cabo Town, en Florida. Curiosamente, estaba cerca del emplazamiento del actual Centro Espacial Kennedy en Cabo Cañaveral, lugar elegido para aprovechar el impulso adicional de rotación de la Tierra.

La falta de fondos para investigar, asunto novelesco

Para terminar, no abundan los thrillers científicos que sugieran un trasfondo arqueológico, a pesar de la moda de Indiana Jones –cuyos argumentos, por cierto, se inclinan siempre por la pseudoarqueología, como la que aparece en los libros de Erik Von Daniken–. En La Ciudad Sagrada, Douglas Preston y Lincoln Child esbozan la existencia de una mítica ciudad llena de tesoros de los indios anasazi. La acción espectacular se combina con una fenomenal descripción de la esencia del trabajo de un arqueólogo, la metódica clasificación de las piezas de arcilla –que puede ser larga y aburrida– y la forma en la que se llevan a cabo las expediciones. La protagonista, Nora Kelly, aparece posteriormente en otras novelas de los prolíficos Preston y Child. En una de ellas pide dinero extra al director del Museo de Historia Natural de Nueva York, donde trabaja, para datar unas vasijas y poder avanzar en sus investigaciones. Su solicitud es denegada: la falta de presupuesto es un problema bastante cotidiano para el científico de a pie, pero también una buena excusa para que la acción avance.

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145. La escritura delata a los mentirosos

145. La escritura delata a los mentirosos

Antes se pilla a un mentiroso que a un cojo, dice el refrán. Sobre todo si se analiza su escritura, según acaba de demostrar un grupo de científicos de la Universidad de Haifa, en Israel. En lugar de recurrir al polígrafo o analizar el lenguaje corporal, Gil Luria y Sara Rosenblum pusieron a prueba el nivel de franqueza de 34 voluntarios mientras les pedían que, usando un bolígrafo electrónico sensible a la presión, escribieran sobre una tableta gráfica historias en las que combinaban párrafos de recuerdos verdaderos con narraciones inventadas.

Analizando la escritura con ayuda del ordenador, los investigadores comprobaron que cuando los sujetos “mentían” presionaban menos el bolígrafo y hacían trazos más largos y letras más altas que en aquellos párrafos en los que narraban hechos verídicos. Estos rasgos no eran detectables a simple vista, lo que impide a los mentirosos “ocultarlo”.

Los científicos sugieren que la escritura manual cambia al mentir porque el cerebro se ve forzado a trabajar más duro cuando tiene que inventarse información. El estudio ha sido publicado en la revista Applied Cognitive Psychology.

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144. Nace el bolígrafo inteligente


144. Nace el bolígrafo inteligente


¿Se ha preguntado alguna vez cómo se las arreglan los invidentes para estudiar asignaturas como las Matemáticas o la Física, donde las fórmulas y los gráficos juegan un papel fundamental?

Andy Van Schaack, de la Universidad Vanderbilt, ha encontrado la solución en el bolígrafo inteligente, una tecnología desarrollada por la compañía Livescribe que estará a la venta en el primer trimestre de 2008. Las ventajas del nuevo utensilio son múltiples. Por un lado, el bolígrafo graba todo lo que se escribe gracias a una diminuta cámara en la punta, que reconoce el texto escrito a mano sobre un papel especial. Además, cuenta con un micrófono que captura simultáneamente el sonido, con una capacidad de hasta 100 horas de grabación. Y, gracias a un mini altavoz, el dispositivo puede reproducir en audio lo que acabas de escribir hace un momento. Finalmente, los archivos pueden ser trasladados a un ordenador a través de una sencilla conexión USB. Y todo esto se consigue en el mismo espacio que ocupa cualquier herramienta de escritura tradicional.

“Nuestro objetivo es permitir que estudiantes y profesores produzcan y exploren figuras a través del tacto y del sonido, usando un bolígrafo inteligente y papel tecnológico de bajo coste, portátil, y fácil de usar”, explica Van Schaack. Y sabe bien de lo que habla. Este experto en tecnología para la enseñanza lleva años investigando nuevos dispositivos, y está convencido de que el nuevo bolígrafo tiene posibilidades infinitas. Por ejemplo, dice, “un invidente estudiante de psicología podría aprender neuroanatomía explorando un diagrama del cerebro, de tal forma que al tocar un lóbulo, un giro o un surco, el bolígrafo pronuncie su nombre”.

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143. ¿Quién dió nombre al Braille?

143. ¿Quién dió nombre al Braille?

El famoso código se llama así por el francés Louis Braille (1809-1852), a quien un accidente en el taller de su padre dejó ciego a los 4 años de edad. Tiempo después, cuando conoció a Charles Barbier, un soldado que había ideado un código de “escritura nocturna”, Louis pensó en las posibilidades de comunicación que tenía para los invidentes y desarrolló una versión simplificada a base de casillas con puntos para tocar con los dedos. Hoy el braille ha sido adaptado a todos los idiomas y su inventor reposa en el Panteón de los héroes de Francia.

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142. Objetos de escritorio

142. Objeto de escritorio

Se sabe que muchos pueblos antiguos, entre ellos los romanos, escribían sobre tablillas de arcilla o tablas enceradas, practicando en ellas incisiones con un punzón que se llamaba stilus. De esta palabra de derivan, por ejemplo, estilete –puñal de hoja estrecha y aguda–, y también estilo, referido a la manera en que se escribe y que distingue a unos autores de otros.

Cuando siglos más tarde Lewis Waterman patentó la pluma fuente –fountain pen, en inglés–, dado que la tinta fluía de modo continuo, se la llamó estilográfica, combinando el viejo stilus latino y graphos, palabra griega que significa escribir.

De graphos surgió también bolígrafo, ya que tiene una bola que deja salir la tinta, y esferógrafo. Sin embargo, en varios países hispanoamericanos –Argentina, Paraguay, Uruguay– a los bolígrafos se les llama birome, gracias a Ladislao Biro, quien patentó un modelo rudimentario en 1938 y fabricó los primeros bolígrafos en Argentina, a mediados de los años 40.

El bolígrafo o birome se llama lápiz pasta en México, donde también se le denomina pluma atómica; en Bolivia, puntabola –en femenino, la puntabola, calcado del inglés ballpoint–; boli, en España; esfero, en Colombia y Ecuador, y lapicero, en Honduras y Costa Rica. Lápiz o lapicero, del latín lapis –piedra–, define una barra de grafito forrada de madera. El grafito es un mineral que se descubrió en 1564 y al que originariamente se llamó plombagina, por ser de un color y consistencia parecida al plomo, aunque enseguida cambió su nombre por grafito, de graphos, ya que casi desde el principio fue utilizado para escribir.

Por cierto que el femenino, lapicera, se emplea en diversos países para definir distintos objetos de escritura. En Argentina es pluma, en Uruguay bolígrafo y en otros lugares portaplumas, la caja o vaso que las contiene o donde se guardan, y que en España se llama plumero.

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