domingo, marzo 16, 2014

205. Los últimos iskonawas

Ya casi nadie habla el idioma iskonawa: solo cinco ancianos, dos de ellos sordos. Cuando mueran, con ellos se extinguirán sus canciones, sus cuentos, sus piropos, su forma de pensar, todo. Será el fin de su mundo. Esta es la historia final del pueblo iskonawa y de cómo un puñado de personas en Ucayali está intentando rescatarlo de las cenizas.
Publicado el diario La Républica el 24 de febrero e 2014
 
Texto: Marco Sifuentes / INFOS  
 
Fotografía: José Vidal



EN EL INICIO DE LOS TIEMPOS, el páucar asesinó a todos los jóvenes que se le acercaban, disparando las plumas de su cola como flechas.



—¡Chiseketereeee! —decía acribillando a decenas de jóvenes desnudos, que caían muertos al pie de su árbol, un gigantesco árbol de maní—. ¡Ashpaketereeeee!



Cuando ya no quedaba casi nadie vivo, se acercó un anciano hechicero al árbol gigantesco. El páucar lo miró un rato con sus ojos azules y luego le apuntó con la cola negra y amarilla.



—¡No me matas! —gritó el anciano, llamado Hanobo—. Solo quiero tu maní.



El páucar, agradecido de que por fin alguien se dignara a hablar con él, no solo dejó que el hechicero y su gente recolectaran el maní. Además, les enseñó a sembrar, a cocinar sus alimentos y a preparar la uma (un especie de chicha de maíz fermentado y plátano maduro).



Desde ese día, la gente de Hanobo se llamó a sí misma “iskobakebo”, que significa “Hijos del Páucar”.



Ahora, las tres últimas descendientes de Hanobo llaman a su pueblo “iskonawa” (algunos escriben isconahuas). “Isko” es páucar y “nawa” es foráneo, extranjero o, quizás, exiliado. 



Pero de ellas y su exilio hablaremos más adelante.



Todavía estamos en el inicio de los tiempos y los Hijos del Páucar acaban de conocer la agricultura y la cocción. A diferencia de sus vecinos, los shipibos, que son ribereños y que por eso tuvieron contacto rápido con la cultura occidental, los iskonawa se adentraron más al monte. No pescan; esa es una costumbre shipiba. Lo que más les gusta a los iskonawas es el sajino trozado y ahumado.



(Eso sí, antes de cazarlo, le piden permiso a su yushin, su espíritu, tal como se los enseñó el páucar.)



Los shipibos y los iskonawas hablan idiomas parecidos pero distintos. Como el español y el portugués. No son dialectos, son lenguas de la familia lingüística pano, extendida entre las cuencas amazónicas de los ríos Ucayali y Madre de Dios.



El iskonawa es un idioma musical, lleno de verbos que son, en realidad, onomatopeyas. Esto, en teoría, evidenciaría una lengua poco abstracta. Sin embargo, también es bastante compleja: tiene hasta siete formas de conjugar el verbo en pasado (en español solo hay dos).



Por ejemplo, tendrían una forma distinta para conjugar los verbos del siguiente párrafo:



HACE MUCHO, MUCHO TIEMPO, los iskonawas eran cientos, quizás miles. Pero un día decidieron cruzar un río. Mala idea.



Quizás por un momento se olvidaron de las lecciones del páucar y no pidieron permiso al río. Estaban a medio camino cuando, de pronto, una shushupe gigantesca, una víbora con un lomo como serrucho, tsaass tsaass tsaass y cortó los puentes que habían tendido. Los maderos cayeron res res res al agua.



Un grupo había cruzado y el otro, no. Los Hijos del Páucar fueron separados.



—Ahora somos enemigos —se dijeron de una orilla a la otra—. Cuando yo te vea, te voy a matar. Y cuando tú me veas, me vas a matar.



Los que cruzaron el río siguieron rumbo hacia lo que no sabían que (o quizás todavía no) era la frontera con Brasil, hacia lo que ahora es el norte de la Zona Reservada Sierra del Divisor.



En los últimos meses, la ONG Pronaturaleza y la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental han emprendido una campaña para convertir a la Sierra del Divisor en un Parque Nacional, la máxima categoría de protección ambiental posible. Un comité del gobierno deberá tomar una decisión en julio de este año.



Buena parte de la zona reservada ya está lotizada a madereros, mineros y a la petrolera colombiana Pacific Rubiales. Ascenderla a Parque Nacional podría salvar a la reserva de la depredación total.



Se dice que los iskonawas que viven en la Sierra del Divisor son “no contactados”, pero eso es un error. Hay reportes, que datan desde 1690 pero son más frecuentes en el siglo XX, de múltiples contactos con este pueblo. El patrón es el mismo: violencia. Asesinatos, robos, violaciones, esclavitud. No es sorprendente que su situación exacta sea, más bien, “en aislamiento voluntario”. Lejos de nosotros.



Pero los que se quedaron de este lado del río no pudieron mantenerse aislados.



Lea el artículo completo en:

La República
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