“Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos”. Poco después, aquellos esfuerzos culminaban en un desenlace portentoso y aterrador, cuando Víctor Frankenstein observaba “cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo”.
Dos siglos han transcurrido desde aquella noche de noviembre en la que Mary Shelley —por entonces aún Mary Godwin, antes de su matrimonio con el poeta Percy Bysshe Shelley— situaba a su célebre doctor insuflando la vida a una criatura fabricada con piezas de cadáveres. Frankenstein o el moderno Prometeo ha perdurado como una de las obras más conocidas de la literatura universal, fuente de más de 90 adaptaciones teatrales y más de 70 películas.

Por ello muchos autores ven en Frankenstein la primera novela de ciencia ficción, un género que se interroga sobre las consecuencias de los avances científicos y sus aplicaciones especulativas.
La primera novela de ciencia ficción
La primera y más obvia de las improntas científicas en la obra es el método para dar vida a la criatura: curiosamente, la captación de un rayo durante una tormenta jamás aparece en el libro; fue una aportación del cine. La primera edición de la novela apenas hacía una breve mención a la electricidad y zanjaba la reanimación de la criatura con una vaga alusión a “infundir una chispa de vida”. “Los detalles de cómo lo hizo no eran tan importantes”, comenta a OpenMind Iwan Morus, historiador de la ciencia victoriana de la Universidad de Aberystwyth (Reino Unido); “no necesitaba explicarlo, puesto que sus lectores ya sabrían cómo se haría”.
En efecto, en tiempos de Shelley, la electricidad era el misterio científico de moda. El italiano Luigi Galvani había demostrado cómo una chispa infundía el movimiento en patas de ranas diseccionadas. “Hay pruebas de que Mary vio demostraciones galvánicas, que eran populares entonces”, cuenta Guston. El sobrino de Galvani, Giovanni Aldini, fue mucho más allá cuando en 1803 empleó la electricidad para animar los miembros de George Forster, un criminal ejecutado en Londres, ante el pasmo de una audiencia horrorizada.

Según subraya el arqueólogo de la Universidad de Bristol (Reino Unido) Stuart Prior, en 1814 Mary y Percy asistieron a una conferencia de Andrew Crosse, un estrambótico experimentador que había transformado su propiedad campestre de Fyne Court en un gran laboratorio eléctrico. “Davy visitó a Crosse varias veces en Fyne Court, y le alentó a dar la conferencia en Londres”, señala Prior a OpenMind.
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