El día martes 18 de marzo de 2014, el periodista Beto Ortiz tuiteó un polémico texto.
"Al que pida que se prohíba La Paisana Jacinta habría que recordarle
que Paco Yunque de Vallejo refuerza los estereotipos de cholito
víctima", escribió en la red social el conductor de "El valor de la
verdad".
Con ello, Ortiz intentó responder a los críticos de la serie "La Paisana Jacinta",
un sector de los cuales busca que el programa sea retirado de la señal
abierta, por mostrar una imagen negativa de la mujer andina que ha sido
calificada de racista. El periodista Ortiz atribuye a Vallejo la
construcción de un estereotipo: el "cholito vícitima". A esta lectura ha
reaccionado el escritor Gustavo Faverón,
quien en su cuenta de Facebook explicó el cuento de Vallejo, a manera
de lección para Ortiz. A continuación, compartimos el texto del autor de
"El anticuario".
Beto Ortiz y Paco Yunque o Qué pasa cuando no se entienden los cuentos para niños
Beto
Ortiz sostiene que el cuento Paco Yunque de César Vallejo promueve “el
estereotipo del cholito víctima”. Mario Vargas Llosa sostiene que en
Paco Yunque hay “un espíritu de protesta que se contagia al lector”. No
es sorprendente que nuestro peor escritor y nuestro mejor novelista
tengan visiones tan radicalmente distintas de aquel relato escrito en
1931 por nuestro mayor poeta. No es sorprendente porque para ser un gran
escritor primero hay que ser un excelente lector, y Vargas Llosa lo es,
como sabemos de sobra por su largo trabajo como crítico literario, y
Beto Ortiz no lo es, como sabemos de sobra porque es obvio. Beto Ortiz
es un lector tan malo que lee Paco Yunque y cree que Vallejo promueve un
estereotipo racista en el que se asocia lo cholo, o lo andino, o lo
mestizo, con la pasividad y la pusilanimidad. Todos
hemos leído Paco Yunque en algún momento entre cuarto de primaria y
segundo de media (como debe ser, porque Paco Yunque es un cuento para
niños, escrito por Vallejo a pedido de una revista infantil) y sin duda,
aunque desconociéramos palabras como estereotipo, racismo, segregación,
semifeudal, gamonalismo y discriminación, todos entendimos el mensaje
básico, el mensaje que Vallejo escribió para que le quedara claro a sus
niños lectores. El mensaje es que hay sociedades atrozmente injustas
donde el color de la piel y el origen permiten a unos abusar de otros,
sentirse superiores, ser violentos, creerse propietarios de los demás,
lastimarlos. Y que la injusticia de esa relación perversa se transmite
de padres a hijos a nietos, de manera tan inexorable que incluso un niño
inteligente, como Paco Yunque, un muchachito que no hace otra cosa que
observar el mundo alrededor de él y preguntarse por qué ese mundo tiene
esa forma maldita y agresiva, incluso ese niño, es inmediatamente
introducido en la sociedad como sirviente, como semiesclavo, y sus dotes
de observador y su sensibilidad no son nada al lado de la gigantesca
estructura social que el país entero deposita sobre su espalda. Es
decir, en otras palabras, sin tener esos conceptos a la mano, de chicos,
cuando leímos Paco Yunque por primera vez, entendimos, como dice Vargas
Llosa, que en ese cuento había “un espíritu de protesta”. Que Vallejo
no promueve ningún “estereotipo de cholito víctima”: Vallejo está
diciendo que la estructura de nuestra sociedad es criminal porque es
racista y clasista y que ese crimen tiene víctimas reales y está
diciendo quiénes son esas víctimas y está diciendo quiénes sostienen la
explotación. Paco Yunque, el personaje, no corresponde a
ningún estereotipo previo en la literatura peruana y no engendra una
genealogía de “cholitos víctimas”. Paco Yunque es Paco Yunque: un
prospecto de semiciudadano que empieza a sufrir los horrores de la
injusticia social en el momento en que la nación lo incluye engañosa y
perversamente en sus circuitos: el primer día de escuela, la semana en
que ha dejado el campo. Paco Yunque recuerda que en el campo las
personas hablan como personas, es decir, una primero, después otra,
después otra: dialogando, mientras que en la ciudad y en la escuela
todos hablan al mismo tiempo, y eso no le parece humano. Paco Yunque, en
su primer día de colegio, entiende algo que Beto Ortiz no entiende
hasta hoy: que la sociedad no camina bien, que tiene algo monstruoso y
deforme, y al comprender eso nos deja entender que las deformidades de la
sociedad deberían abolirse y transformarse. Ese es el “espíritu de
protesta” al que se refiere Vargas Llosa. Vallejo el marxista convicto y
Vargas Llosa el liberal librepensador se dan cuenta. Beto Ortiz no.
Beto Ortiz ha escrito hoy que prohibir al personaje de la Paisana
Jacinta de Jorge Benavides sería como prohibir al Paco Yunque de
Vallejo. Beto Ortiz no tiene la más remota idea de la diferencia que
existe entre, por un lado, como Vallejo, exhibir y denunciar una
deformidad de la sociedad y, por otro lado, como Benavides, contribuir a
la repetición infinita de esa deformidad mediante la caricatura de las
personas más habitualmente maltratadas en nuestra sociedad. Paco
Yunque no es un estereotipo pero sí ha engendrado una larga tradición
de personajes que son parientes suyos en la literatura peruana. Para
sorpresa de Beto Ortiz, esa genealogía no está formada por “cholitos
víctimas”, sino por personajes de distintas clases sociales y orígenes
étnicos, niños y adolescentes secuestrados por un orden social mucho más
fuerte que ellos. Quien haya leído el cuento “Interior L” de Ribeyro,
sabe que Ribeyro ha contribuido a esa genealogía con la historia de la
chica sexualmente abusada que no tiene otro recurso que ceder al abuso
para sobrevivir. Quien haya leído el cuento “Con Jimmy en Paracas” de
Alfredo Bryce, sabe que Bryce también está en esa genealogía, con la
historia del muchachito sacrificado por su propio padre, atrapado en la
cueva oscura de las jerarquías sociales. Quien haya leído La ciudad y
los perros sabe quién es Ricardo Arana, el Esclavo, y cómo su muerte es
el producto natural de una sociedad vertical donde unos nacen para
perder porque sólo así se mantiene la estructura. Como
dije al principio, para ser un buen escritor primero hay que ser un buen
lector. Por eso Borges decía que estaba más orgulloso de los libros que
había leído que de los libros que había escrito. Otra cosa que hay que
tener para ser un buen escritor es empatía. Empatía con los que ocupan
otro lugar en la sociedad, sobre todo con quienes ocupan un lugar
radicalmente marginal. Para entender Paco Yunque hay que ser empático,
claramente, porque Paco Yunque es un personaje distinto de la inmensa
mayoría de quienes pueden leer un cuento en el Perú: es una criatura de
algún lugar de alguna provincia peruana a principios del siglo pasado,
donde una corporación inglesa rige la vida económica y política del
pueblo; es un explotado y es un niño abusado; de grande será un adulto
con la memoria del abuso que sufrió y que probablemente seguirá
sufriendo. No es un pusilánime: es un oprimido. No es un estereotipo: es
una realidad de su tiempo que sigue siendo real en nuestro tiempo,
excepto, quizás, porque en nuestro tiempo Paco Yunque no tendrá nunca
una carpeta en el mismo salón de clases que sus patrones. Quienes lean
Paco Yunque de niños y lo entiendan, lo comprendan de verdad, sepan de
qué habla, de grandes recordarán la lección y no repetirán el abuso.
Beto Ortiz, como es claro, no entendió eso jamás. Fuente: La Mula
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