lunes, febrero 24, 2014

203. ¿Por qué aprender otra lengua?

Desde una maniobra vinculada con la geopolítica hasta un gesto de reconocimiento del otro, conocer más de un idioma resulta fundamental en el mundo de hoy.


1.

La posición de dominio que puede ejercer aquel que se ubica en el centro de un sistema solo se mantiene en tanto logre controlar los márgenes. Esta figura la podemos encontrar en un panóptico, por ejemplo. Los guardias tienen la capacidad de detectar cualquier movimiento anómalo de los presos y sofocarlo, de ser necesario.

Pero si las fuerzas son invertidas, ubicarse en el centro acarreará, por lo tanto, el inevitable riesgo de sentirse más vulnerable, pues se estará más accesible desde cualquier dirección. Piénsese, en este caso, en una revuelta dentro de ese mismo panóptico en la que los amotinados sean mayoría. Resultado: la paranoia.
Ahora, hagamos un ejercicio teórico. Apliquemos ese modelo al caso de una lengua, de un idioma.

2.

Si una lengua se ubica en el centro y, además, cuenta con el soporte de ser el nervio de una sociedad hegemónica, entonces podrá ser concebida por sus usuarios como el eje alrededor del cual girará el orden y la razón.

Algo así sucedió con los griegos. Para ellos, su idioma, al cual llamaban logos, se convirtió en el medio a través del cual discernir la civilización de la barbarie, la inteligencia de la bestialidad.

Y una situación similar se ha presentado con cada idioma que durante algún momento de la historia ha alcanzado una posición elevada, sean por las circunstancias que sean.

El francés fue el idioma universal entre los siglos XVIII y XIX. El inglés, tanto por la expansión del Imperio Británico como por la victoria de los aliados tras la Segunda Guerra Mundial, afianzó su poder durante fines del XIX y prácticamente todo el siglo XX.

Pero en un contexto donde los márgenes tienen más vitalidad que el centro, y la supremacía de una lengua es discutida, lleva a una situación en la que resulta necesario aprender más de una.

A inicios del XXI estamos atravesando una etapa de transición: del inglés estamos derivando al chino. Aunque para que esto se concrete requiera de una o dos décadas más. Por lo que entramos a un escenario en el que la lengua "central" tambalea y permite que las "marginales" adquieran mayor efervescencia.
Eso por un lado.

3.
Otro aspecto a tener en cuenta es que, tal como lo sostiene la filósofa francesa Barbara Cassin, conocer una lengua distinta a la primera con la que nos desenvolvimos en el mundo permite descubrir, por así decirlo, nuevas dimensiones del sentido de las palabras.

Dominar más de una lengua conlleva a que vivamos en una intersección entre realidades. Pero también a que disolvamos la idea de que una sola lengua —y por extensión, una sola forma de comprender y expresar el mundo— sea contemplada como un monolito inamovible. Nos empuja a reconocer la diversidad de la existencia humana.

Esta reflexión es importante realizarla porque el Perú se ubica —geopolíticamente hablando— a merced de una potencia desgastada (Estados Unidos) y dos en alza, una más consolidada que la otra (China y Brasil). Si nos damos cuenta, notaremos que cada una tiene su propia lengua: inglés, mandarín y portugués. Lo que obliga a manejar algo más que el castellano, predominante en los sectores urbanos del Perú.
Pero esta reflexión resulta útil cuando analizamos la composición cultural del propio Perú, un país multilingüe por donde se lo mire.

Todo lo dicho puede ser aplicado al Perú. El castellano vendría a ser la lengua "central" y las otras, como el quechua, el aymara o las que se hablan en la amazonía, son las "marginales".

4.

Conocer el idioma del otro ayuda a tender puentes mentales para identificar el modo cómo este percibe la realidad.

Esto da pie a más de una opción: llegar a una conciliación o saber cómo conquistarlo (y someterlo).
La historia tiene varios ejemplos de uno y otro caso.

Sabiendo cómo se encuentran en nuestro país las lenguas "marginales", con más de una a punto de desaparecer; siendo conscientes de que el Estado apoya su conservación, pero en la práctica su rol es mínimo; tomando en cuenta que sus propios usuarios cada vez dudan más de transmitirlas a las generaciones venideras; surge una interrogante: ¿qué motivo estamos esperando que aparezca para comenzar a hacerlo?
Ya está visto que por una cuestión geopolítica no se hará.

Y los numerosos  —e inacabables— conflictos sociales de las últimas décadas demuestran que por un intento de querer comprender al otro tampoco se ha hecho.

¿Qué alternativa queda?

Tomado de:

La Mula

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