ROGER CHARTIER
Professeur à l'Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS)
"If English was good enough for Jesus, it ought to be good enough for the children of Texas;" sentencia atribuida a Miriam Ferguson, ex-gobernadora de Texas
Quisiera empezar esta reflexión sobre las lenguas en la edad de la textualidad electrónica con dos "fábulas", como escribe su autor. La primera indica la perdurable nostalgia frente a la perdida de la unidad lingüística, la segunda presenta la figura inquietante de su utópica restauración.
En "El Congreso", que Borges publicó en El libro de arena en 1975 (note 1), un cierto Alejandro Ferri, quien, como él mismo, escribió un ensayo sobre el idioma analítico de John Wilkins, está encargado de identificar la lengua que deberan usar los participantes del Congreso del Mundo "que representaría a todos los hombres de todas las naciones". Para documentarse, los instigadores de tal proyecto, cuya asemblea en la Confitería del Gas preside Don Alejandro Glencoe, un estanciero oriental, mandan a Alejandro Ferri a Londres. Relata así sus investigaciones: "Me hospedé en una módica pensión a espaldas del Museo Británico, a cuya biblioteca concurría de mañana y de tarde, en busca de un idioma que fuera digno del Congreso del Mundo. No descuidé las lenguas universales; me asomé al eperanto -que el Lunario sentimental califica de 'equitativo, simple y económico' - y al Volapük, que quiere explorar todas las posibilidades lingüísticas, declinando los verbos y conjugando los sustantivos. Consideré los argumentos en pro y en contra de resucitar el latín, cuya nostalgia no ha cesado de perdurar al cabo de los siglos. Me demoré asimismo en el examen del idioma analítico de John Wilkins, donde la definición de cada palabra está en las letras que forman".
Alejandro Ferri considera sucesivamente los tres tipos de lenguas capaces de superar la infinita diversidad de las lenguas vernaculares: en primer lugar, las lenguas artificiales inventadas en los siglos XIX y XX tal como el esperanto o el volapük que deben asegurar la comprensión y la concordia entre los pueblos (note 2); en segundo lugar, el retorno a una lengua que puede desempeñar el papel de un vehículo universal de la comunicación como lo hizo el latín y, por último, las lenguas formales que prometen como lo propuso en 1668 el "philosophical language" de John Wilkins una perfecta correspondencia entre las palabras, en las que cada letra es significativa, y las categorías, especies y elementos. En su ensayo sobre John Wilkins, publicado en 1952 en Otras inquisiciones (note 3), Borges da un ejemplo de esta lengua perfecta: "de, quiere decir elemento, deb, el primero de los elementos, el fuego; deba, una porción del elemento del fuego, una llama". Así cada palabra se define a sí misma y el idioma es una clasificación del universo.
Finalmente, las investigaciones de Ferri se revelan inútiles. Reunir un Congreso del Mundo era una idea absurda porque este Congreso existe ya: es el mundo mismo como lo reconoce Don Alejandro: "Cuatro años he tardado en comprender lo que les digo ahora. La empresa que hemos acometido es tan vasta que abarca - ahora lo sé - el mundo entero. No es unos cuantos charlatanes que aturden en los galpones de una estancia perdida. El Congreso del Mundo comenzó con el primer instante del mundo y proseguirá cuando seamos polvo. No hay un lugar en que no esté". Entonces, la busqueda de un idioma universal es una idea vana ya que el Mundo está constituido por una irreductible diversidad de lugares, cosas, individuos y lenguas.
Tratar de borrar semejante multiplicidad es perfilar un porvenir inquietante. En "Utopía de un hombre que está cansado", publicado también en el Libro de arena (note 4), el mundo de los tiempos futuros, en el que se ha perdido el narrador, ha vuelto a la unidad lingüística. El visitante del porvenir, Eudoro Acevedo, quien es profesor de letras inglesas y americanas, escritor de cuentos fantásticos y que tiene su escritorio en la calle México donde estaba la Biblioteca Nacional cuyo director fue Borges, no sabe como comunicarse con el hombre alto que encuentra en la llanura: "Ensayé diversos idiomas y no no sentendimos. Cuando él habló lo hizo en latín. Junté mis ya lejanas memorias de bachiller y me preparé para el diálogo". Le dice el hombre: "Por la ropa, veo que llegas de otro siglo. La diversidad de las lenguas favorecía la diversidad de los pueblos y aun de las guerras; la tierra ha regresado al latín. Hay quienes temen que vuelva a degenerar en francés, en lemosín o en papiamento, pero el riesgo no es inmediato".
El mundo del porvenir donde no existe más que una sola lengua es también un mundo del olvido, sin museos, sin bibliotecas, sin libros: "La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios" dice el hombre sin nombre ("Me has dicho que te llamas Eudoro; yo no puedo decirte cómo me llamo, porque me dicen alguien"). El retorno a la unidad lingüística significa así la perdida de la historia, el desvanecimiento de las identidades y, finalmente, la destrucción aceptada. Saliendo de la casa con sus habitantes, Eudoro Acevedo descubre un edificio inquietante: "Divisé una suerte de torre, coronada por una cúpula. Es el crematorio - dijo alguien -. Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó un filántropo cuyo nombe creo, era Adolfo Hitler". La utopía de un mundo sin diferencias, sin desigualdades, sin pasado acaba en una figura de muerte. Comentando en el "Epílogo" los diversos cuentos reunidos en El libro de arena, Borges indica que la fábula del hombre cansado es "la pieza más honesta y melancólica de la serie" - melancólica quizá porque todo lo que en las utopías clásicas parece prometer un fúturo mejor, sin guerras, sin pobreza ni riqueza, sin gobierno ni políticos ("Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos"), conduce a la perdida de lo que define a lo seres humanos en su humanidad: la memoria, el nombre, la diferencia.
Estas varias lecciones borgesianas no carecen de pertinencia para que entendámos nuestro presente. ¿Cómo, en efecto, pensar la lengua de este nuevo "congreso del mundo" tal como lo construye la comunicación electrónica? Su posible universalidad se remite a las tres formas de idiomas universales encontradas por Alejandro Ferri en la British Library. La primera, que es la más inmediata y evidente, se víncula con la dominación de una lengua particular, el inglés, como lengua de comunicación universalmente aceptada, dentro y fuera del medium electrónico, tanto para las publicaciones científicas como para los intercambios informales de la red. Se remite también al control por parte de las empresas multimedia más poderosas - es decir estadoudinenses - del mercado de las bases de datos númericos, de los "web sites" o de la producción y difusión de la información. Como en la utopía aterorrizante imaginada por Borges, semejante imposición de una lengua única y del modelo cultural que conlleva puede conducir a la destrucción mutiladora de las diversidades.
Pero este nuevo planteamiento de la "questione della lingua" como decían los Italianos del Renacimiento, de Pietro Bembo a Baldassare Castiglione, que se liga a la dominación del inglés, no debe ocultar dos otras inovaciones de la textualidad electrónica. Por un lado, el texto electrónico reintroduce en la escritura algo de las lenguas formales que buscaban un lenguaje símbolico capaz de representar adecuadamente los procedimientos del pensamiento. Es así que Condorcet subrayaba en su Esquisse d'un tableau historique des progrès de l'esprit humain la necesidad de una lengua común, apta para formalizar las operaciones del entendimiento y los razonamientos lógicos y que fuese traducible en cada lengua particular. Esa lengua universal debía escribirse mediante signos convencionales, símbolos, cuadros y tablas, todos estos "métodos técnicos" que permiten captar las relaciones entre los objetos y las operaciones cognitivas (note 5). Si Condorcet vinculaba estrechamente el uso de esta lengua universal con la invención y la difusión de la imprenta, en el mundo contemporáneo es en relación con la textualidad electrónica que se esboza un nuevo idioma formal, inmediatament descifrable por cada uno. Es el caso con la invención de los símbolos, los "emoticons" como se dice en inglés, que utilizan de una manera pictográfica algunos carácteres del teclado (paréntesis, coma, punto y coma, dos puntos) para indicar el registro de significado de las palabras: alegría :-) tristeza :-( ;ironía ;-) ira :-@ ... Ilustran la busqueda de un lenguaje no verbal y que, por esta misma razón, pueda permitir la comunicación universal de las emociones y fijar el sentido del discurso.
Por otro lado, es posible decir que el inglés de la comunicación electrónica es más una lengua artificial, con su vocabulario y sintáxis propios, que una lengua particular elevada, como lo fue antes el latín, al rango de lengua universal. De una manera más escondida que en el caso de las lenguas inventadas en el siglo XIX, el inglés tranformado en "lingua franca" electrónica es una especie lengua nueva que reduce el léxico, simplifica la grámatica, inventa palabras y multiplica abreviaturas (del tipo I c you). Esta ambigüedad propia a una lengua universal que, a la vez, tiene como matriz una lengua ya existente e impone convenciones originales tiene tres consecuencias.
En primer lugar, refuerza la certitumbre de los Estadoudinenses en la hegemonía de su lengua y en la inutilidad del aprendizaje de otras lenguas. Hace pocos años, una gobernadora de Texas declaró: "If English was good enough for Jesus, it ought to be good enough for the children of Texas" ["Si el inglés era suficiente par Jésus, debe ser suficiente para los niños de Texas"]. Y hoy en día solamente 8% de los estudiantes de los colegios o universidades estadoudinenses siguen clases de lenguas extranjeras (note 6). En segundo lugar, este inglés más cercano del volapük que del latín, supone un aprendizaje particular que no está procurado por el conocimiento de la lengua inglesa ya que, como lo indica Geoffrey Nunberg, "l'anglais que l'on trouve sur le réseau est d'une certaine manière plus difficile que ce qui est exigé pour pouvoir faires des communications formelles" ["el inglés que se encuentra en la red es más dificíl en un cierto sentido que lo que está requerido para hacer comunicaciones formales"] (note 7). Y, finalmente, el imperialismo ortográfico del inglés, que desconoce los acentos o tildes, impone a menudo su supresión a las otras lenguas cuando están escritas o leídas en la pantalla de la computadora (note 8).
Dos elementos deben matizar estas observaciones. El primero se remite a la disminución de la distancia entre la comunidad angloparlante y las otras en el mundo electrónico. En 1994, por ejemplo, 2 000 000 de direcciones electrónicas estaban ubicadas en paises de habla inglesa en relación con solamente 170 000 en los paises de habla francesa (note 9). Los datos más recientes muestran que el desarollo de la red ha conducido a una presencia más fuerte de los usuarios que no son angloparlantes y, por ende, a una mayor pluralidad lingüística en la oferta textual. Pero sigue fuerte, sin embargo, la dominación del inglés. Hoy en día 47,5% de la población "on line" vive en países de habla inglesa contra 9% para la lengua chinesa, 8,6% para el japonés, 6,1% para el alemán, 4,5% para el español, 3,7% para el francés y 2,5% para el portugués (note 10).
Por lo demás, los progresos en la enseñanza y el conocimiento de las lenguas extranjeras en Europa y en América latina, sino en los Estados Unidos, han otorgado la posibilidad de comunicaciones en las cuales cada uno puede utilizar su propia lengua y entender la lengua del otro. En esta perspectiva comparto plenamente el diágnostico de Umberto Eco en lo que se refiere a la definición de un poliglotismo moderno cuando afirma: "Le problème de la culture européenne [ou universelle R.C.] de l'avenir ne réside certainement pas dans le triomphe du polyglottisme total (celui qui saurait parler toutes les langues serait semblable au Fubnes el Memorioso de Borges, l'esprit occupé par une infinité d'images), mais dans une communauté de personnes qui peuvent saisir l'esprit, le parfum, l'atmosphère d'une pareole différente" ["El problema de la cultura europea [o universal R.C.] del futuro no consiste en el triunfo de un poliglotismo total (el que supiera hablar todas las lenguas sería semejante a Funes el Memorioso de Borges, con su mente totalmente ocupada par una infinidad de imágenes), sino en una comunidad de personas que pueden entender el espíritu, el perfume, el ambiente de un habla diferente"] (note 11). Lo que plantea la necesidad de aprendizajes ligüísticos que permiten a los individuos, sino de hablar, por lo menos de entender diversas lenguas. Semejante proyecto pedagógico y cívico es el único que puede evitar una dominación absoluta de una lengua única, cualquiera que sea.
Monolingüístico o poligloto, el mundo de la comunicación electrónica es un mundo de la sobreabundacia textual cuya oferta desborda la capacidad de apropiación de los lectores. A menudo la literatura ha enunciado la inutilidad de los libros acumulados, el exceso de los textos demasiado numerosos. En el mundo utópico de Borges, el diálogo entre Eudoro Acevedo y el hombre sin nombre del fúturo lo demuestra. Hojeando un ejemplar de la edición de 1518 de la Utopía de Thomas More, el primero declara: "Es un libro impreso. En casa habrá más de dos mil, aunque no tan antiguos ni tan preciosos". Su interlocutor se ríe y contesta: "Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer".
Más de tres siglos antes, el diálogo que Lope de Vega imagina en Fuenteovejuna entre Barrildo el labrador y Leonelo el licenciado de Salamanca ilustra la misma desconfianza frente a la multiplicación de los libros permitida por la invención de la imprenta - una invención reciente en el tiempo de los eventos narrados en la comedia que ocurrieron en 1476. A Barrildo que alaba los efectos de la imprenta ("Después que vemos tanto libro impreso, / no hay nadie que de sabio no presuma") Leonelo contesta: "Antes que ignoran más, siento por eso, / por no se reducir a breve suma; / porque la confusión, con el exceso, / los intentos resuelve en vana espuma; / y aquel que de leer tiene más uso, / de ver letreros sólo está confuso" (note 12). La multiplicación de los libros se ha vuelto en una fuente de "confusión" más que de saber y la imprenta con todo el "exceso" de libros que ha generado no produjo nuevos genios: "Sin ella muchos siglos se han pasado, / y no vemos que en éste se levante / un Jerónimo santo, un Agustino" (note 13).
De ahí un interrogante: ¿Cómo pensar la lectura frente a una oferta textual que la técnica electrónica multiplica aun más que la invención de la imprenta? En 1725, Adrien Baillet escribió: "On a sujet d'appréhender que la Multitude des Livres qui augmentent tous les jours d'une manièere prodigieuse, ne fasse tomber les siècles suivants dans un état aussi fâcheux qu'était celui où la barbarie avait jetté les précédents depuis la décadence de l'Empire romain" ["Tenemos razones para temer que la Multitud de los libros que aumenta cada día de una manera prodigiosa haga caer los siglos siguientes en un estado tan lamentable como la barbarie que resultó de la decadencia del Imperio romano"] (note 14). Para comprobar si tenía razón Baillet y si hemos caído en tal barbarie, debemos distinguir entre diversos registros de mutaciones o rupturas introducidos por la revolución del texto númerico. La primera de estas rupturas se refiere al orden de los discursos. En la cultura impresa tal como la conocemos este orden se establece a partir de la relación entre tipos de objetos (el libro, el diario, la revista), categorías de textos y formas de lectura. Semejante vinculación se arraiga en una historia de larga duración de la cultura escrita y resulta de la sedimentación de tres innovaciones fundamentales: en primer lugar, entre los siglos II y IV, la difusión de un nuevo tipo de libro que es todavía el nuestro, es decir el libro compuesto de hojas y páginas reunidas dentro de una misma encuadernación que llamamos codex y que fue sustituido a los rollos de la Antigüedad griega y romana; en segundo lugar, a finales de la Edad media, en los siglos XIV y XV, la aparición del "libro unitario", es decir la presencia dentro un mismo libro manuscrito de obras compuestas en lengua vulgar por un solo autor (Petrarca, Boccacio, Christine de Pisan) mientras que esta relación caracterizaba antes solamente a las autoridades canónicas antiguas y cristianas y a las obras en latín, y, finalmente, en el siglo XV, la invención de la imprenta que sigue siendo hasta ahora la técnica más utilizada para la reproducción de lo escrito y la producción de los libros. Somos herederos de esta historia tanto para la definición del libro, es decir a la vez un objeto material y una obra intelectual o estética identificada por el nombre de su autor, como para la percepción de la cultura escrita e impresa que se funda sobre distinciones inmediatamente visibles entre los objetos (cartas, documentos, diarios, libros, etcétera).
Es este orden de los discursos el que cambia profundamente con la textualidad electrónica. Es ahora un único aparato, el ordenador, el que hace parecer frente al lector las diversas clases de textos tradicionalmente distribuidas entre objetos distintos. Todos los textos, sean del género que fueren, son leídos en un mismo soporte (la pantalla de la computadora) y en las mismas formas (generalmente aquellas decididas por el lector). Se crea así una continuidad que no diferencia más los diversos discursos a partir de su materialidad propia. De allí surge una primera inquietud o confusión de los lectores que deben afrontar la desaparición de los criterios inmediatos, visibles, materiales, que les permitían distinguir, clasificar y jerarquizar los discursos.
Por otro lado, es la percepción de la obra como obra la que se vuelve más dificíl. La lectura frente a la pantalla es generalmente una lectura discontinua, que busca a partir de palabras claves o rúbricas tématicas el fragmento textual del cual quiere apoderarse (un artículo en un periódico, un capítulo en un libro, una información en un "web site") sin que necesariamente sea percibida la identidad y la coherencia de la totalidad textual que contiene este elemento. En un cierto sentido, en el mundo digital todos las entidades textuales son como bancos de datos que procuran fragmentos cuya lectura no supone de ninguna manera la comprensión o percepción de las obras en su identidad singular.
Así, en cuanto al orden de los discursos, el mundo electrónico provoca una triple ruptura: propone una nueva técnica de difusión de la escritura, incita a una nueva relación con los textos, impone a estos una nueva forma de inscripción. La originalidad y la importancia de la revolución digital estriba en que obliga al lector contemporáneo a abandonar todas las herencias que lo han plasmado ya que el mundo electrónico no utiliza más la imprenta, ignora el "libro unitario" y está ajeno a la materialidad del codex. Es al mismo tiempo una revolución de la modalidad técnica de la reproducción de lo escrito, una revolución de la percepción de las entidades textuales y una revolución de las estructuras y formas más fundamentales de los soportes de la cultura escrita. De ahí, a la vez, el desasosiego de los lectores, que deben transformar sus hábitos y percepciones, y la dificultad para entender una mutación que lanza un profundo desafío a todas las categorías que solemos manejar para describir el mundo de los libros y la cultura escrita.
Al mismo tiempo esta revolución modifica lo que podría llamarse el orden de las razones, si por esto se entiende las modalidades de las argumentaciones y los criterios o recursos que puede movilizar el lector para aceptarlas o rechazarlas. Por un lado la textualidad electrónica permite desarollar las argumentaciones o demostraciones según una lógica que ya no es necesariamente lineal ni deductiva, tal como lo implica la inscripción de un texto sobre una pagina, sino que puede ser abierta, estallada y relacional gracias a la multiplicación de los vínculos hipertextuales. Por otro lado , y como consecuencia, el lector puede comprobar la validez de cualquiera demostración consultando por sí mismo los textos (pero también las imágenes, las palabras grabadas o composiciones musicales) que son el objeto del analísis si, por supuesto, están accesibles en una forma digitalizada. Semejante posibilidad modifica profundamente las técnicas clásicas de la prueba (notas del pie de páginas, citas, referencias) que suponían que el lector hiciese confianza al autor sin poder colocarse en la misma posición que éste frente a los documentos analizados y utilizados. En este sentido, la revolución de la textualidad numérica constituye también una mutación epistemológica que transforma las modalidades de construcción y acreditación de los discursos del saber.
Un tercer registro de mutaciones ligadas al mundo electrónico se refiere a lo que llamo el orden de las propiedades, tanto en un sentido jurídico - el que fundamenta la propiedad literaria y el copyright - como en un sentido textual - el que define las características o propiedades de los textos. El texto electrónico tal como lo conocemos es un texto móvil, maleable, abierto. El lector puede intervenir en su contenido mismo y no solamente en los espacios dejados en blanco por la composición tipográfica. Puede desplazar, recortar, extender, recomponer las unidades textuales de las cuales se apodera. En este proceso se borra la asignación de los textos al nombre de su autor ya que estan constantemente modificados por una escritura colectiva, multiple, polifónica que da realidad al sueño de Foucault en cuanto a la desaparición deseable de la apropiación individual de los discursos - lo que llamaba la "función autor". Esta movilidad lanza un desafío a los criterios y categorías que, desde el siglo XVIII por lo menos, identifican las obras a partir de su estabilidad, singularidad y originalidad. El reconocimiento de la propiedad del autor sobre su creación y, por ende, la del editor a quien la vendió suponen que, como escribió Blackstone en el siglo XVIII, "Now the identity of a literary composition consists intirely in the sentiment and language [...] and whatever method be taken of conveying that composition to the ear or the eye of another, by recital, by writing, or by printing, in any number of copies or at any period of time, it is always the identical work of the author which is so conveyed" ["Ahorala identidad de una composición literaria reside enteramente en el sentimiento y el lenguaje [...] y cualquiera que sea el método eligido para su transmisión, la recitación, el manuscrito o el impreso, en cualquier número de ejemplares o en cualquier momento, es siempre la misma obra del autor que se transmite"] (note 15). Un vínculo estrecho está entonces establecido entre la identidad singular, estable, reproductible de los textos y el régimen de propiedad que protege los derechos de los autores y de los editores. Es esta relación la que pone en cuestión el mundo digital que propone textos blandos, ubicuos, palimpsestos.
Tal interrogante conduce a abrir una reflexión sobre los dispositivos que permitirán delimitar, designar e identificar textos estables, dotados de una identidad perpetuada y percibible, en el mundo móvil de la textualidad digital. Esta reoganización es una condición para que puedan protegerse tanto les derechos économicos y morales de los autores como la remuneración o el provecho de la edición electrónica. Conducirá sin duda a una transformación profunda del mundo electrónico tal como lo conocemos ahora. Distinguirá dos formas de publicación: la que va a seguir ofreciendo textos abiertos, maleables, gratuitos, y la que resultará de un trabajo editorial que necesariamente fijará y cerrará los textos publicados para el mercado. Quizás dos tipos de aparatos van a corresponder a cada una de estas formas: el ordenador tradicional para la primera y el "e-book", que no permite el traslado, la copia o la modificación de los textos, para la segunda. Así, el libro numérico estaría definido por oposición a la comunicación electrónica libre y espontánea que autoriza a cualquiera a poner en circulación en la red sus ideas, opiniones o creaciones. Así se reconstituiría en la textualidad electrónica un orden de los discursos que permitirá diferenciarlos según su identidad y autoridad propia.
La batalla entablada entre los investigadores, que reclaman el acceso libre y gratuito a los artículos científicos y las revistas científicas, que imponen precios de suscripción enormes, hasta 10,000 o 12,000 dolares por año, y que multiplican los dispositivos capaces de impedir la redistribución electrónica de los artículos, ilustra hoy en día la tensión entre las dos lógicas que atraviesan el mundo de la textualidad númerica. Recientemente 14000 investigadores, principalmente en el campo de las ciencias biológicas, han firmado una petición que exige el acceso libre a los textos publicados por las revistas científicas (www.publiclibraryof science.org). Como repuesta, algunas revistas han decidido permitir este acceso dos meses (Molecular Biology of the Cell) o un año (Science) después de la fecha de la publicación electrónica de los artículos (note 16).
El ejemplo de las revistas ilustra también la diferencia que existe entre la lectura de los "mismos" artículos cuando se desplazan de la forma impresa, que ubica cada texto particular en una contigüidad física, material, con todos los otros textos publicados en el mismo número, a la forma electrónica donde se encuentran y se leen a partir de las arquitecturas lógicas que jerarquizan campos, temas y rúbricas (note 17). En la primera lectura, la construcción del sentido de cada artículo particular depende, aun que sea inconscientemente, de su relación con los otros textos que lo anteceden o lo siguen y que fueron reunidos dentro de un mismo objeto impreso por una intención editorial inmediatamente percibible. La segunda lectura procede tal como el idioma analítico de Johns Wilkins a partir de una organización enciclopédica del saber que propone al lector textos sin otro contexto que el de su pertenencia a una misma temática. En un momento en el que se discute la posibilidad o bien la necesidad para las bibliotecas de digitalizar sus colecciones (particularmente los diarios y revistas), semejante observación recuerda que por fundamental que sea este proyecto de numerización, nunca debe conducir a la relegación, o a la destrucción de los objetos impresos del pasado.
Como lo muestra el libro del novelista Nicholson Baker, Double Fold: Libraries and the Assault on Paper (note 18), comentado recientemente por Robert Darnton (note 19), este temor no carece de fundamentos. Entre los años sesenta y noventa, el Council on Library Resources de los Estados Unidos soportó una política de microfilmaje de diarios y libros de los siglos XIX y XX cuyo resultado fue la destrucción física de milliones de volúmenes y periódicos con la doble justificación de su preservación sobre otro soporte y la necesidad de vaciar los anaqueles de las bibliotecas para recibir las nuevas adquisiciones. Esta operación llamada "deaccessioning" en el inglés de la biblioteconomia encontró su forma paroxística en 1999 cuando la British Library decidió de microfilmar y destruir o vender todas sus colecciones de diarios americanos publicados después de 1850. Los compradores fueron mercaderes que cortaron los diarios para vender sus números o artículos como recuerdos para cumpleaños. Sin embargo, aun antes el escándalo británico, la política de las bibliotecas estadoudinenses cambió y la "matanza" denunciada por Nicholson Baker no ocurre más. Pero las perdidas son enormes e irremediables y con las posibilidades y promesas de la digitalización la amenaza de otra destrucción no se ha alejado definitivamente. Entonces, como lectores, como ciudadanos, como herederos del pasado debemos exigir que las operaciones de digitalización no ocasionen la desaparición de los objetos originales y que siempre se mantenga la posibilidad del acceso a los textos tal como fueron impresos y leídos en su tiempo.
"Se habla de la desaparición del libro; yo creo que es imposible" declaró Borges en 1978 (note 20). No tenía totalmente razón ya que en este país hacía dos años que desparecían libros quemados y autores o editores asesinados (note 21). Pero su diagnóstico expresaba la confianza en la superviviencia del libro frente a los nuevos medios de comunicación: el cine, el disco, la televisión. ¿Podemos mantener hoy en día tal certidumbre? Plantear así la cuestión, quizás, no designa adecuadamente la realidad de nuestro presente caracterizado por una nueva técnica y forma de inscripción, difusión y apropiación de los textos ya que las pantallas del presente no ignoran la cultura escrita sino que la transmiten y la multiplican.
Todavía no sabemos muy bien cómo esta nueva modalidad de lectura transforma la relación de los lectores con lo escrito. Sabemos bien que la lectura del rollo de la Antigüedad era una lectura continua, que movilizaba el cuerpo entero, que no permitía al lector escribir mientras que leía. Sabemos bien que el codex, manuscrito o impreso, permitió gestos inéditos (hojear el libro, citar precisamente pasajes, establecer índices) y favoreció una lectura fragmentada pero que siempre percibía la totalidad de la obra, identificada por su materialidad misma.
¿Cómo caracterizar a la lectura del texto electrónico? Para comprenderla Antonio Ródriguez de las Heras fórmuló dos observaciones que nos obligan a abandonar las percepciones espontáneas y los hábitos heredados (note 22). En primer lugar, debe considerarse que la pantalla no es una página, sino un espacio de tres dimensiones, que tiene profundidad y en el que los textos brotan sucesivamente desde el fondo de la pantalla para alcanzar la superficie iluminada. Por consiguiente, en el espacio digital, es el texto mismo, y no su soporte, el que está plegado. La lectura del texto electrónico debe pensarse, entonces, como desplegando el texto electrónico o, mejor dicho, una textualidad blanda, móvil e infinita.
Semejante lectura "dosifica" el texto, como dice Rodríguez de las Heras, sin necesariamente atenerse al contenido de una página, y puede componer en la pantalla ajustes textuales singulares y efímeros. Como lo ejemplifica la navegación por la red, es una lectura discontinua, segmentada, fragmentada. Si conviene para las obras de naturaleza enciclopédica, que nunca fueron leídas desde la primera hasta la última página, parece perturbada o inadecuada frente a los textos cuya apropiación supone una lectura continua y atenta, una familiaridad con la obra y la percepción del texto como creación original y coherente. El desafío y la incertidumbre del porvenir se remiten fundamentalmente a la capacidad del texto descuadernado del mundo digital de superar o no la tendencia al derrame que lo caracteriza.
¿Será el texto electrónico un nuevo libro de arena, cuyo número de páginas era infinito, que no podía leerse y que era tan monstruoso que fue sepultado en los húmedos anaqueles de la Biblioteca Nacional en la calle de México (note 23)? O bien ¿propone ya una nueva y prometedora definición del libro capaz de favorecer y enriquecer el diálogo que cada texto entabla con cada uno de sus lector (note 24)?
La respuesta nadie la conoce. Pero cada día, como lectores, sin saberlo, la inventamos.
NOTES
1. Jorge Luis Borges, "El Congreso", El libro de arena, Madrid, Alianza Editorial, 1997, pp. 27-54.
2. Anne Rasmussen, "A la recherche d'une langue internationale de la science 1880-1914", en Sciences et langues en Europe, bajo la direccióin de Roger Chartier y Pietro Corsi, Paris, Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, 1996? pp. 139-155.
3. Jorge Luis Borges, "El idioma analítico de John Wilkins", en Otras inquisiciones, Madrid, Alianza Editorial, 1997, pp. 154-161.
4. Jorge Luis Borges, "Utopía de un hombre que está cansado", El libro de arena, op. cit., pp. 96-106.
5. Roger Chartier, Culture écrite et société. L'ordre des livres (XIVe-XVIIIe siècle), Paris, Albin Michel, 1996, pp. 20-24.
6. The New York Times, 16 de abril de 2001, pp. A1 y A10.
7. Geoffrey Numberg, "La langue des sciences dans le discours électronique", en Sciences et langues en Europe, op. cit., pp. 247-255 (cita p. 254).
8. Emilia Ferreiro, Pasado y presente de los verbos leer y escribir, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, pp. 55-56.
9. Geoffrey Nuberg, art. cit., p. 253.
11. Umberto Eco, La Recherche de la langue parfaite, Paris, Editions du Seuil, 1994.
12. Lope de Vega, Fuente Ovejuna, Edición, prólogo y notas de Donald McGrady, Barcelona, Crítica, 1993, versos 901-908, p. 87.
13. Ibid., versos 928-931, p. 88.
14. Adrien Baillet, Jugemens des savans sur les principaux ouvrages des auteurs, Amsterdam, 1725, "Advertissement au lecteur". Debo esta referencia a Ann Blair.
15. Citado en Mark Rose, Authors and Owners. The Invention of Copyright, Cambridge, Mass., y Londres, Harvard University Press,1993, pp. 89-90.
16. Libération, 14-15 de abril de 2001, pp. 16-17.
17. Geoffrey Nunberg, "The Place of Books in the Age of Electronic Reproduction", en Future Libraries, bajo la dirección de R. Howard Bloch y Carla Hesse, Berkelry, University of California Press, 1993, pP. 13-37.
18. Nicholson Baker, Double Fold: Libraries and the Assault on Paper, New York, Random House, 2001.
19. Robert Darnton, "The Great Book Massacre", The New York Review of Books, 26 de abril de 2001, pp. 16-19.
20. Jorge Luis Borges, "El libro", en Borges oral, Madrid, Alianza Editorial, 1998, pp. 9-23 (cita pp.21-22).
21. Veáse el folleto Un golpe a los libros (1976-1983), Buenos Aires, Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura, sin fecha [200O].
22. Antonio R; de las Heras, Navegar por la información, Madrid, Los libros de Fundesco, 1991.
23. Jorge Luis Borges, "El libro de arena", en El libro de arena, op. cit., 130-137.
24. Jorge Luis Borges, "Nota sobre (hacia) Bernard Shaw, en Otras inquisiciones, op. cit., pp. 237-242.
Nous remercions le Professeur Roger Chartier de nous avoir autorisé à effectuer une édition électronique de sa conférence.
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